Fragmento del capítulo 11 de "El azul de la obsesión"
Después de dar mi primera clase del
día, decidí llevarle a Agkton varios permisos de ausencia que tenía pendiente
de algunos alumnos que se ausentarían por motivos académicos para representar
al colegio en varias actividades escolares.
Toqué la puerta, escuchando como el cuadro
del ilustre profesor Evans daba permiso a pasar.
—Permiso, profesor Evans. —Me
disculpé en
un tono amable adentrándome a la dirección, observando como el hombre del
cuadro sonreía ampliamente al verme entrar.
—¡Astaroth!... que gusto verte
muchacho —respondí al agradable ex profesor, el cual siempre había
sido tan amable conmigo.
—El gusto es todo mío, señor
—alegué tratando de
sonreírle, explicándole mientras le mostraba la carpeta—.
Solo vine a
dejarle estos permisos a Agkton. —El hombre en el cuadro me asintió, dejando la
carpeta sobre el escritorio, disculpándome con el profesor quien me preguntaba
a continuación.
—¿Te sucede algo? —negué con la
cabeza, tratando de salir de aquel lugar antes de que comenzara con su
respectivo interrogatorio de siempre, como si todo lo que tuviese que ver
conmigo le importara.
—Astaroth, por favor… no te vayas… sé
que algo te sucede y a lo mejor yo podría ayudarte.
—No pretendo sonar grosero, profesor Evans, pero, ¿la
verdad?... es que no deseo hablar con nadie sobre lo que me sucede.
El hombre asintió paseándose de un
lado a otro dentro del cuadro, soltando apenas me veía encaminarme hasta la
puerta.
—¿Se trata de Stephano? —El simple
hecho de escuchar aquel nombre me daba una punzada en la boca del estómago,
respondiéndole de mala gana.
—Sí, es de la basura asiática esa… y
no quiero hablar con ustedes sobre eso.
El profesor sonrió al ver cómo le
había llamado, respondiéndome, mientras se recostaba del marco del cuadro, acomodándose el cabello.
—¿Por qué no?... Sé que mantienes una
relación con un hombre, eso no me perturba, Astaroth, soy de mente
muy amplia, podrías llegar a sorprenderte —Yo me detuve frente a la puerta
observándolo fijamente mientras él proseguía—. Tuve la mejor amistad del mundo
con un hombre al que yo le atraía, y aunque nunca hubo nada de mi parte más que
mi sincera amistad, él siempre estuvo enamorado de mí, es más… creo que hasta el
sol de hoy, aún me ama.
Yo me quedaba inerte ante aquella
revelación suya, aunque imaginaba porqué lo estaba haciendo.
—No va a hacer que le cuente… así que
ahórrese la historia. —Sonrió colocándose de frente a mí, mientras argumentaba.
—Aún peleamos todo el tiempo como
perros y gatos, pero, ¿sabes qué? —Negué con la cabeza volviendo a detenerme
para verle de soslayo, a lo que él simplemente sonrió
entretenido, respondiéndome— Aún después de tantos años, no hemos
dejado de ser los mejores amigos. —A lo que pregunté, cruzándome de brazos con un gesto de
fastidio.
—¿Y el punto es? —espeté incómodo, a lo que el profesor
Evans me respondió.
—El punto es, mi estimado joven, que
todo está en la comunicación… Imagino que Stephano y tú poseen una muy buena
comunicación, ¿no? —Me crucé de brazos, imitándome en aquel
gesto, respondiéndole.
—Claro que sí… yo siempre le digo
todo lo que haré, soy cien por ciento sincero y jamás he dejado de decirle mis
cosas. —A lo que el hombre soltó, descruzándose de brazos.
—No hablo si él te escucha o no… ¿tú
lo escuchas a él? —Le miré extrañado, asintiéndole de un modo no muy
contundente.
—Entonces el problema entre ustedes
no es de comunicación… ¿No me dirás que hizo?... A lo mejor te pueda ayudar.
—Lo miré, bajando el rostro, resignado ante su insistencia.
—Él me traicionó.
—¿Lo viste con tus propios ojos? —preguntó el ex profesor, asintiéndole, alegando que yo mismo le
había visto besar a una chica.
—¿Es bisexual?
—Pues no… y eso me extrañó… se supone
que él, pues… es… es gay.
—¿Y quién era la chica? —preguntó él
tan rápido que no me daba tiempo a pensar.
—Yo que sé… no me iba a quedar allí a
preguntarle quién demonios era la golfa. —A lo que él respondió rápidamente,
volviendo a cruzarse de brazos
—¿Por qué no?... me acabas de decir
que poseen una estupenda comunicación, si hubiese sido yo, hubiese indagado porqué, siendo gay, ahora se besaba con una
chica… ¿No te parece? —No supe que alegar a aquello, preguntándole de mal
humor.
—¿Usted está de mi lado o de parte de
él?
—Estoy de lado de la verdad, y lo más sano en una
relación es el saber el porqué de las cosas… ¿No te parece? —Abrí grande la
boca tratando de argumentar algo a mi favor completamente indignado, pero no
encontraba que decir, abriendo y cerrando la boca como si las palabras trataran de salir, pero no lograba exponer
un alegato coherente.
—¿Tengo o no tengo razón, Astaroth? —Bajé el
rostro, asintiéndole muy a mi pesar— Entonces… ¿Por qué no indagaste
quién era
ella o el porqué del cambio repentino de gustos del
chico? —Me sentí avergonzado ante sus palabras, respondiéndole sin verle
a la cara.
—Porque estaba dolido y salí de allí
como alma que lleva el diablo. —Alcé el rostro para ver algún gesto de
reproche, pero el hombre me miraba con una amplia sonrisa, soltándome en un
tono amable.
—Así era yo cuando estaba vivo…
impetuoso. Creo que por eso morí a tan temprana edad. —Aquello me hizo
alzar una ceja con ironía.
—¡Vaya, gracias!... no me dé tanto
aliento.
Soltó una risotada alegando que su
muerte se la había causado él mismo por no pertenecer al bando al que debía
pertenecer, imaginando que se refería a cuando trabajaba para Rómulo y terminó
siendo el espía de Crow para la A.M.R.
—¿Entonces? —preguntó, respondiendo, con aquel
mismo interrogante.
—¿Entonces qué?
—Pues imagino que no le diste
tiempo a
explicarse y lo mandaste de lleno al infierno. —Suspiré asumiendo mi derrota, asintiéndole
mientras él me soltaba, volviendo a recostarse del marco.
—¿Sabes?... Minueth siempre amó mi
impetuosa personalidad —expuso, haciendo alusión a su amor de
juventud, del que él me había hablado en las tantas conversaciones que
solíamos tener desde que yo era alumno de Baylor —. Pero siempre me dijo que
me traería problemas, y no se equivocó. —Comenzó a poner aquella expresión
melancólica que siempre ponía al hablar de ella.
—¿Minueth supo alguna vez sobre ese
amigo suyo? —Aquello lo hizo sonreír, asintiéndome mientras alegaba.
—Si no hubiese sido por él, ella
hubiese quedado en una muy mala posición ante su linaje.
—Pero igual murió, ¿no? —Asintió nuevamente, argumentando con una
expresión que no lograba descifrar.
—Sí… pero ella no quedó mal vista
ante su gente por estar conmigo, y gracias a ese amigo, ella logró lo que tanto
nos propusimos… que los suyos fuesen libres. —Yo abrí grande los ojos ante
aquello.
—¿Minueth era una elfa? —Evans me asintió,
sin saber que alegar a eso.
—¿Eso importa para ti? —preguntó al
ver mi rostro.
—No, no… para nada… yo ando con un
hombre, algo que jamás pensé que sucedería, y no solo eso, Stephano tiene una
inusual mezcla de razas, así que eso es lo de menos… es solo que en verdad
jamás imaginé que Minueth fuese una elfa y de la alta alcurnia elfica… Wow. —Evans sonrió
alegando en un tono cordial.
—Me atreví a amar a alguien que no
debía, ¿pero qué hace uno cuando el corazón se encapricha? —Salomón se encogió
de hombros, asintiéndole mientras me preguntaba rápidamente.
—Ahora dime, ¿cómo te sientes?... —Le
regalé una media sonrisa, alegando que mejor, aunque no podía alejar a
mis fantasmas y mis miedos, a lo que el profesor Evans soltó, agachándose para quedar
más cerca de mí.
—¿Crees que el alejarlo de ti hará
que se vayan?... si muy bien tú mismo me dijiste que era él quien los había
logrado espantar. —No dije nada, introduciendo las manos en mis bolsillos,
mientras él argumentaba a sus palabras.
—Sé que eres orgulloso, Astaroth… yo lo fui
muchas veces, pero no permitas que el orgullo gane por sobre lo que tanto has
anhelado tener. Me dijiste un día que te habías
resignado a saber lo que era el amor… y ahora que lo has conocido, ¿crees que es mejor el haber amado
alguna vez en la vida o hubieses preferido jamás haber amado?
No me había fijado que lloraba hasta
ahora que levanté el rostro, sintiendo como las lágrimas caían por mis
mejillas.
—Pero él sabía que yo no le iba a
perdonar una infidelidad.
—¿Y tienes la certeza de que lo que
viste lo era? —No supe que responder, comenzando a bajar nuevamente el rostro,
mientras él soltaba rápidamente.
—Solo dale el beneficio de la duda, Astaroth, y deja que se explique…
eres un chico inteligente y sabrás si él te miente o no… pero no lo cuelgues de
la ahorca sin darle por lo menos un juicio justo, ¿está bien? —Le asentí
agradeciendo sus palabras, preguntándome, después de levantarse
rápidamente.
—Si él tiene la razón y vuelven, ¿prometes que lo traerás para
conocerlo? —Le asentí alegando no ser tan optimista como él.
—Pues ya quiero verte aquí,
presentándomelo con rubor en tu rostro, mientras te suelto mi respectivo “te lo dije”. —Sonreí haciendo
morisquetas con la boca, preguntándole en un tono divertido.
—Yo lo traigo pero con una condición.
—Evans alzó una ceja sonriendo mientras asentía, preguntándome en qué consistía
mi condición.
—Quiero saber quién es su amigo
incondicional… porque no me va a venir a decir que Agkton es de los que les
gustan las peleas de espadas. —Evans soltó una carcajada, alegando que solo yo
lograba aquella hazaña de hacerle reír, al ver mi gesto de jugar a las espadas
como si me agarrara el pene y lo zarandeaba de un lado al otro, golpeando a la
nada.
—Te dije que te podrías sorprender, Astaroth. —La mandíbula
se me cayó casi al suelo, preguntándole mientras me acercaba al cuadro.
—¿Está hablando en serio? —Asintió,
aún sonriéndose, interrogándole a continuación.
—Por eso es que entonces usted no se
ha ido y está aquí… ¿Cierto?... Tengo entendido que los cuadros
poseídos, son causales de personas que mueren y dejan un pendiente en sus vidas
y Minueth ya murió, entonces… ¿Qué lo puede estar atando aún al lienzo?
Me miró fijamente sin decir
absolutamente nada, volteando el rostro de golpe alegó que
en efecto su
motivo pendiente era Agkton y que no iba a dejar solo al pobre viejo.
—Comprendo —respondí sonriéndole, mientras le
soltaba comenzando a caminar hacia la puerta—. Bueno, profesor Evans… en
verdad fue un gusto hablar con usted.
—El placer ha sido todo mío, Ast.
—Era extraño, pero aunque el fallecido profesor Evans tenía cuatro años más de
que yo tenía al momento de fallecer, hablaba como un hombre de cincuenta años,
imaginando que aunque su imagen en el cuadro no envejecía, su alma iba
avanzando con el pasar del tiempo.
Salí del despacho de Agkton,
encaminándome a la sala de profesores en busca de mis cosas. Ya no quedaban más
clases que dar por hoy, pudiendo dejar la revisión de los exámenes para la casa
donde había dejado mi teléfono celular, deseando no tener que ver ninguna
llamada y mucho menos algún mensaje de Stephano.
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