Fragmento del capítulo 29 de "El reflejo púrpura"
Ante los ojos de Thomas
Después de haber visto todas mis clases, me dispuse a ir a mi
habitación,
imaginando que ya los chicos habían llegado primero que yo.
En la clase ninguno, salvo Orión, se sentó a mi lado, poniéndome a pensar que
cada vez me sentía más solo.
“Siempre has sido solo Thomas, ¿de qué te quejas?”.
Me decía a mi mismo comenzando a escuchar en mi
cabeza un eco en la lejanía que decía mi nombre.
“Thomas”, yo me detenía apretando fuerte
el amuleto.
“Tu única compañía”, volvía a decir aquella voz que
al fin lograba reconocer.
“¿Daemon?”, soltaba yo mentalmente sintiendo
una respiración en mi
cabeza.
Comencé a caminar rápidamente hasta mi habitación
tratando de no prestarle atención, aunque volvía a decir mi nombre unas dos
veces más hasta llegar a la recamara,
donde me metía en la sala de
baño comenzando
a echarme agua en la cara.
“No me ignores”, volvía a escuchar en mi cabeza
a la distancia, yo levantaba el rostro observando como mis ojos púrpuras se tornaban
negros y la piel de mi rostro se comenzaba a cuartear.
—¡NO!...
—Comenzaba a echarme hacia atrás— Ya no te necesito,
DÉJAME EN PAZ
—le gritaba yo agarrándome
la cabeza mientras me hacía un mohín en el suelo.
“No
podrás escapar, serás mío… MÍO… MÍO”.
Yo
comenzaba a gritar completamente histérico con los ojos cerrados, hasta que
sentía a alguien que me tocaba sacudiéndome el brazo.
—¿Thomas?...
¿Thomas?... cálmate, soy yo Albsev, mírame Thom.
Yo
me incorporaba observando al chico arrodillado a mi lado acariciándome el
rostro mientras Astaroth nos miraba desde la puerta.
—¿Qué
sucedió?... cálmate y dime que sucedió. —Yo lo miraba
completamente bañado en sudor, aún temblando.
—¿Es
Daemon?... contéstame, Thomas… ¿Está tratando de salir?
—Yo le
asentía abrazándome a sus piernas mientras acariciaba el amuleto en mi pecho.
Ambos
chicos se miraban sin decir nada, mientras Astaroth preguntaba
observando el cubo de cristal que se me había caído del bolsillo.
—¿Y
eso qué hace aquí? —Yo observaba el cubo respondiéndole
sin dejar de abrazar a Albsev que me acariciaba el cabello, haciéndome sentir
más calmado.
—Me
lo dio Stephano, dijo que lo había comprado para alguien muy especial, pero que ese alguien le
salió con unas patadas porque no supo entender el motivo de su obsequio.
Yo
estiraba mi mano tomando el cubo volviendo a ver aquel tono rosa intenso del
capullo, mientras observaba el rostro serio de Astaroth.
—Por
ejemplo, yo odio el rosa, es un color asqueroso, chillón y muy cursi
a mi punto de vista. —Comenzaba a incorporarme sentándome
en el suelo, entregándole el cubo a Albsev, observando que el capullo
dentro del cristal se tornaba negro.
Yo
lo miraba de soslayo y él me volteaba la cara entregándomelo de nuevo, tratando de incorporarse.
—¿Qué?...
no me gusta el negro… no me agrada la oscuridad ni la noche.
—Yo sonreía
comenzando a levantarme por completo, mientras Astaroth me miraba con el
ceño fruncido observando el cubo.
—Pues
el muy cretino me dio eso para que yo viera el maldito capullo gris imaginando
que aquello se tornaría rojo.
Astaroth
salía de la sala de baño mientras yo comenzaba a seguirle, soltándole a
continuación.
—Pues
eso no fue lo que él me dijo. —Albsev nos seguía sentándose en su
cama.
—Toma
el cubo, Astaroth. —El chico negaba con la cabeza
mientras yo me acercaba a él, extendiendo el cubo hacia su persona.
—¿A
qué le temes? —Él alegaba que a nada, y que simplemente no
deseaba tocarlo.
—Me
llamas a mi cretino, ¿pero sabes en verdad que es ser
cretino? —Astaroth se arrojaba sobre su cama tratando de evadirme
mientras escuchaba como Albsev jugaba con Bell sobre la suya.
—Proviene
de una enfermedad llamada cretinismo, y es una persona con retraso mental y defectos del
desarrollo psicomotor, tú me has enseñado que eres muy inteligente y no un
cretino así que tómala, ¡por favor!
Él
me miraba fijamente sin poder creer que al fin había usado un "por favor". Sus ojos bailaban de mi
persona al cubo, para luego enfocar su mirada en Albsev, el cual le asentía a mi
petición, observando como Astaroth posaba su mano para que colocara el cubo
sobre la palma.
Yo
posaba el cubo observando como el capullo pasaba de rosa al gris casi
instantáneamente.
—¿Feliz?...
el capullo es rojo, fin del tema. —A lo que yo observaba a
Albsev y éste le soltaba a su amigo.
—Asty…
el capullo es gris. —Astaroth miraba fijamente a Albsev y luego al capullo, para terminar enfocando
sus ojos en mí.
—No
es al rojo al que le temes, Astaroth, es al gris… es tu mente
quien lo proyecta sobre el capullo. —Astaroth soltaba el cubo dejándolo
en la cama mientras se recostaba de la pared.
—¿Y?...
¿qué gana con mostrarme que el maldito capullo es gris y no rojo?
A
lo que yo respondía con total calma.
—Que
has estado huyéndole a los grises creyendo que son rojos.
Astaroth
seguía sin comprender mi punto, a lo que yo exponía con una amplia
sonrisa.
—Tu
vida solo tiene matices de gris porque es más fácil asimilar el gris en una
foto sin color que los diferentes colores que nos rodean.
Astaroth
no decía nada y simplemente jugaba con sus calcetas estiradoras sin desear
verme a la cara, mientras Albsev sonreía colocándose en la orilla de su cama
muy cerca de la de Astaroth.
—El
gris es más sano para ti, ¿cierto? —Astaroth alzaba el rostro
mirándome con los labios tensos.
—Es
más sano tan solo dormir, comer y dormir y el vivir la vida por vivirla… es más
fácil que arriesgar y pensar que los pocos tonos de azul y verde que posees,
alguien pueda arrebatártelos y hacer de nuevo todo tu mundo gris; a arriesgar y que tu paleta
de colores se vuelva aún más extensa.
El
chico volvía a bajar la mirada sin decir nada, comenzando a recordar
aquel sueño del día que lo salvaron de las vías del tren.
—Y
yo que pensé que había salvado una vida realmente valiosa.
Astaroth
alzaba el rostro mirándome de manera retadora; si era cierto, yo no era aquel
chico, pero tampoco se lo iba a revelar
y romperle al
muchacho las pocas esperanzas de creer en la vida.
Yo
tomaba el cubo soltándole mientras lo posaba frente a él.
—Sí,
odio el rosa… el rosa para mí es la gente que jamás me quiso, el rosa es
Artemisa y Drake… el rosa es todos esos malditos que se mofaban de Erline el
día que la expulsaron del colegio, pero también tengo azul
—alegaba yo señalando a
Albsev.
—Es
mi color favorito- yo le guiñaba un ojo a Al, el cual negaba con la
cabeza bajando el rostro.
—Tengo
el rojo y el verde de Randall y Lucian… ¿Y por qué no?... también el púrpura y
el amarillo de tía Azcassia y de Orión.
Albsev
sonreía y Astaroth hablaba al fin.
—Orión
es marrón mierda. —Albsev y yo reíamos y yo le asentía.
—Pues, cada quien ve la vida con
sus respectiva paleta de colores… el punto es que tu paleta solo
tiene matices de gris, Asty. —Era la primera vez que
usaba un diminutivo, pero quería generar una cierta distención entre nosotros.
Le
lancé el cubo a Albsev, el cual lo atrapaba con facilidad
ante su experiencia como lanzador, volviendo a ver aquel tono negro del capullo
exponiendo a continuación.
—Al
le teme a la
oscuridad… pero mira de quien se vino a enamorar. —Albsev se ruborizaba y
Astaroth sonreía al fin rodando los ojos.
—No
le teme al negro… afronta sus temores y cubre eso con una amplia gama de
colores con todos los demás seres que lo aman, y eso te incluye a ti.
—Ya estaba
comenzando a sentirme tan buena gente que me daba nauseas.
Yo
le hacía un ademán a Albsev para que lanzara el cubo, volviendo a tenerlo entre
mis manos.
—Tienes
a Albsev, tienes al señor Henrik y a toda la tropa Townsend/Bradley, que sé que te quieren…
sino con semejante apetito ya te hubiesen botado de su casa.
—Él sonreía y
Albsev asentía exponiendo que su abuela Morgana lo vivía retando por robarle
las cosas del refrigerador.
Yo
alzaba una ceja hacia Ghauth y le extendía de nuevo el cubo para que lo tomara.
Él me observaba y lentamente tomó el cubo volviendo a ver el capullo tornarse
gris, soltándole a continuación.
—Tienes
la paleta, tienes los colores, pero no los usas para crearte algo
bonito para ti porque tienes miedo, te comprendo… yo también temo el no
salir bien parado de todo esto que me está sucediendo, pero no pienso dejar de
luchar y de arriesgar para salir airoso.
Astaroth
tragaba grueso, se le podía notar en el modo que subía y bajaba su manzana de Adán mientras giraba el cubo
en sus manos.
—¿Sabían
que recién ahora sé lo que es tener amigos? —Ya me estaba poniendo cursi, pero imaginaba que era el
momento justo para decirlo.
—Sí,
se que empecé con el pie izquierdo con ustedes, y aún así no me han
abandonado. —A lo que Astaroth soltaba mostrándome
su marca rebelde.
—No
podemos, ¿lo recuerda? —Yo sonreía y Albsev le
arrojaba una de sus almohadas, sintiendo como Bell subía por mis
piernas y se acostaba en mi regazo.
—Es
cierto, pero aun así ya me han ayudado muchas veces a lidiar con Daemon en vez
de hacer lo que otros pretendían hacer desde mi niñez… Matarme y que así se
terminara todo. —Ambos chicos negaban con la cabeza.
—¿Ven?...
eso lo valoro.
“Por
Dios Thomas, estas a dos oraciones de ser canonizado”, me decía a mi mismo
tratando de no reírme.
—El
punto es, Astaroth Dorian Ghauth, que usted tiene una
paleta de colores donde solo falta un tono. —Él volvía a enfocar su mirada seria en mí,
mientras yo proseguía.
—El
rojo.
—Stephano
—soltaba casi al segundo
Albsev, a lo que yo le asentía señalándolo a modo de aprobación.
—Así
es… No te pido que te le arrojes encima y le digas que lo amas de la noche a la
mañana… pero habían avanzado bastante en su amistad y acabaste todo tan solo
porque tu páncreas explota ante una suposición errada, de tu parte, ante el
obsequio que él te quería entregar sin ningún indicio de pretender herir tus
sentimientos, y mucho menos de burlarse de tu trastorno.
Astaroth
comenzaba a respirar agitadamente como tratando de contener las ganas de
explotar, no sabía si en llanto o de rabia contenida.
—El
capullo se abrirá ante ti cuando dejes de escudarte en los grises y te
enfrentes al rojo que tanto temes, transformando lo que antes te torturaba en
algo positivo.
Astaroth
alzaba el rostro observando como se escapaba una lágrima de sus
ojos y yo le sonreía palmeándole la pierna rápidamente para que no se sintiera
incomodo.
—Eso
fue lo que Stephano intentó explicarte y no le dejaste, piénsalo y conserva el
obsequio. —Yo me levantaba con Bell entre mis brazos, la cual le lanzaba como
chillidos a Astaroth observando como de su boca salían bolas de humo.
—A
mí no me rujas, pedazo de tripa con patas. —Yo sonreía alzándola para
verla a la cara.
—Así
que una hermosa serpiente está dejando de serlo para convertirse en un
esplendido dragón, mi hermosa criatura. —Yo le daba un beso en la
boca escuchando como Astaroth hacía arcadas.
—No
te besa Albsev y que porque no besa a hombres… asco, prefiero besar a medio
equipo de fútbol antes que besar a esa cosa.
Alegaba
Astaroth limpiándose las lágrimas mientras yo me acostaba en la cama explicando
que Bell era una damita y que por eso lo hacía, preguntándole si él no era así
con el doxy.
—Claro
que no… Downy y yo somos cuates, amigos de confianza, nada de besos.
—Yo reía
volviendo a besar al dragón y Astaroth, guardándose el cubo, alegaba que se iría a
duchar.
—Por
cierto, vas a ir a las clases de baile —El joven me fruncía el ceño mientras
yo me recostaba de la cama—. Es una orden, Astaroth.
—El chico
maldecía por lo bajo arrojando la puerta del baño con fuerza ante su molestia.
—Vamos, Thomas, no lo obligues,
mira lo estupendamente bien que has expuesto su problema y has arreglado el
altercado entre el asiático y él para que ahora vengas a obligarlo a ir a lo de
las clases de baile.
Bell
se lanzaba al suelo en busca de una polilla que había entrado por la ventana
mientras yo le respondía a Albsev con una amplia sonrisa.
—Tú
apóyame en esto, ¿quieres?... Stephano y yo tenemos un
plan y necesito tu ayuda. —Yo comenzaba a explicarle a Albsev
el porqué de obligarle a ir a las clases tratando de hablar lo más bajo posible, sintiendo como la paz
entre nosotros cuatro volvía, aunque algo me seguía preocupando...
Orión y sus
secreteos por teléfono con Lucian, sin duda debía averiguar que se traían entre
manos.
Puedes conseguir el libro en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario