Capítulo
I
El amor y el sexo
Ante los ojos de Thomas
Era extraño ver en retrospectiva hacia el pasado, recordaba el
estarme viendo en la mesa de la defensa hace ya un poco más de un año, me
contemplaba erguido en mi orgullo y prepotencia frente al banquillo de los
acusados, señalando con mi dedo índice a algún cliente que culpable o inocente,
no era más que eso… un cliente.
Pero
la verdad era otra justo ahora, y aunque no era un tribunal, me sentía igual de
intimidado por las tres acusadoras miradas, que clavaron en mí sus displicentes
ojos.
—¿No
pudiste pensar por un segundo en las consecuencias de un acto tan egoísta?
—espetó tan molesto Albsev, que pude percibir como la saliva salió abruptamente
de su boca, al soltar de aquel modo tan hostil sus palabras—
No puedes
pensar en nadie más que no seas tú… ¿No es así, Thomas? —Negué con la cabeza.
Orión,
quien se encontraba a mi lado, bufó por la nariz, colocando los ojos en blanco,
mientras que Astaroth simplemente me miró inexpresivamente, sentado en el
mueble individual del lado derecho de la sala encantada que hoy no tenía
absolutamente nada grato que mostrar, vislumbrándose tal cual era, un simple
salón.
—No
es así, Al, yo lo hice…
—No
me llames Al con ese maldito tonito tuyo de condescendencia, no vas a resarcir
con tus zalamerías lo que has ocasionado, solo espero que esto no haga mellas
en la psiquis de la niña y logre asimilar lo que le has soltado sin un ápice de
consideración.
¿Cuándo
había sucedido esto?.. ¿Cuándo era yo quien callaba ante el alza de una voz que
antes había sido tan amable, dulce y taciturna?... ¿Cuándo era yo quien bajaba
el rostro y callaba ante una interrupción tan soez?... Sin duda no me reconocía
y debía de admitir que comenzaba a odiarme, éste no era yo, no era el Thomas
Lestinger que se había pensado comer el mundo, pero aunque moría por levantarme
y mandarlos a todos a la mierda, no lo hice, me quedé en el gran sofá, siendo
escrutado por los que hacía años atrás, habían sido mis secuaces y los que
ahora me acusaban de insensible e inhumano.
—Sabes
porque lo hizo, Albsev —soltó Orión, quien se encontraba en el amplio sofá
junto a mí, a la izquierda—. Tú tienes la patria potestad de Emma
y sabe que está en la cuerda floja, sabe que en cualquier momento te largas de
esta casa y te llevas a la niña, y él en vez de pensar en lo que la verdad le
causaría a la pequeña, simplemente pensó en él y su maldito egoísmo,
restregándole que él era su padre biológico, como si creyera que Emma iba a
salir corriendo a sus brazos y llamarle papito… ¿No es así, Thomas?
Volteé
a ver de soslayo el rostro acusador de mi primo, quien me miró con el ceño
fruncido, cruzado de brazos en una pose tan retadora, que solo deseaba
arrojármele encima como el último encontronazo, donde ambos habíamos salido
malogrados, él con un labio roto y yo con el pómulo hinchado.
Sentí
la mano de Astaroth sobre mi hombro y una paz interior tranquilizó todo deseo
de romperle la cara, haciéndome suspirar, mientras me giré para ver al causante
de aquella morfina elfica, que eran los dones del futuro príncipe.
—No
hagas eso, ¡maldición! —Astaroth sonrió, observando como Albsev clavó
los ojos en su mejor amigo, como recriminándole lo amable que éste estaba
siendo conmigo.
—¿Qué?...
no me mires así… estoy tratando de controlar su mal genio antes de que se vayan
a las trompadas. —Traté de sonreír, pero Albsev volvió a clavar su dura mirada
sobre mí, teniendo que hacer aquella mueca despectiva, tratando de no reírme
ante la cara de pocos amigos que tenía.
Sin
duda no era temor, más bien era cierta condescendencia ante el muchacho, ya que
el ponerme en modo “amo” sin duda
agravaría las cosas entre él y yo, dejando que este nuevo Albsev plantado
frente a mí simplemente sintiera que tenía cierto poder sobre mi
persona, como venía estando haciendo ya por tres meses con Terius.
Seguía
siendo el mismo manipulador, lo admito, y eso de seguro jamás
cambiaría, incluso se podría decir que aquella arma la usaba muy a menudo hasta
con el doctor Scheffer, logrando de él ciertos permisos, como lograr salir de la
casa, lo cual me había prometido estudiar para la próxima consulta.
—¿Puedo
saber de qué demonios te ríes, Thomas? —No me había percatado que
sonreía ante mis vagos pensamientos, volviendo a retomar aquel lastimero rostro
que había usado para tratar de salir airoso de todo aquel embrollo que había
armado a causa de mi poco tacto al soltarle toda la verdad a la niña.
—Lo
siento, recordaba algo… Mmm… ¿Al?... ¿Albsev?... lo siento.
—Y
con eso enmiendas todo, ¿no? —Tragué grueso, como si me
tragara lo que estaba a punto de espetarle a Orión, siendo Albsev
quien le pidiera callarse la boca.
—No,
sé
que no… y aunque sé que tarde o temprano había que decírselo, admito que no fue
el mejor momento ni el modo, pero debes de entenderme… —Me aclaré la garganta,
señalando a Orión— Te escuché hablando con él, no quiero que te vayas Albsev,
esta es tu casa… es… —Me lo pensé por unos segundos, y aunque sabía que aquello
sonaría por demás lambiscón lo dije, observando a Orión—...
es la casa de
todos, hasta tuya Orión, y no quiero que se vayan. —Mi primo
volteó a verme, negando con la cabeza.
—Tú
no vas a dejar de entrometerte en nuestra relación y me estoy cansando de tus
malditas insinuaciones. —Le di una mirada furtiva a Albsev, quien observó al
suelo, como dejando que Orión descargara toda su rabia, sin tan siquiera
pretender callarlo como tantas veces lo había hecho.
“Así que jugarás a hacerte
el noviecito que se deja defender… ¿no?... ¡Ok! Yo también sé jugar,
Albsev”.
Puse
mi mejor rostro de jactancia.
—Bueno…
prometo que de ahora en adelante no les voy a molestar más… —La puerta de la
entrada principal se abrió, dejando ver el rostro sonriente de Terius, quien
llegó a la casa como siempre lo hacía a la hora del almuerzo, no solo para
comerse mi comida, sino para ver cómo me portaba.
—Además…
yo ya tengo pareja… ya no me interesa si ustedes dos están juntos, solo no
quiero que se vayan. —Los cuatro jóvenes en aquella habitación me miraron
incrédulos ante aquella repentina revelación.
—¿Tú
tienes pareja? —preguntó Astaroth, a lo que yo asentí cruzándome de
brazos.
—¿En
serio le creen? Solo nos está viendo la cara —soltó Orión, mientras que el
flaco, dejando su maletín sobre la licorera, se abrió paso por entre los
muchachos, preguntándome rápidamente.
—¿Así
que tienes novio?... ¿Y se puede saber… —No le permití terminar la pregunta,
aferrándole del saco gris que traía, plantándole tremendo beso en los labios,
lo cual dejó en blanco, no solo a Terius, sino también a los tres muchachos que
nos miraron con la boca abierta.
No
moví los labios, solo pegué los míos a los de Terius, sin tan siquiera abrir la
boca, soltándolo rápidamente, preguntándole, después de acomodar su saco, con
el tono más fingido que pude soltar.
—¿Cómo
te fue hoy? —Albsev permaneció perplejo, mientras que Orión apretó los labios
para no reírse, sobándose la frente, y Astaroth mantuvo en alza una de las
cejas, tan divertido como escéptico, escuchando la respuesta poco creíble de
Terius.
—Aamm.
Bien, bien… ¿cariño? —Sin duda aquella estupidez le hubiese hecho acreedor de
un par de buenos bofetones, pero tenía que seguir la fachada que había montado
delante de los muchachos para salirme con la mía.
—Como
me alegra… “mi rey” —Orión soltó una
carcajada, mientras que Astaroth se recostó, negando una y otra vez con la
cabeza, y Albsev siguió en aquel estado de shock, sin dejar de vernos con la
boca abierta.
—Cierra
la boca, Albsev —le pidió Orión al chico, quien al fin pestañeó,
cerrando la boca, sintiendo como Terius posó su brazo sobre mis hombros,
apretándome contra su cuerpo, a lo que yo simplemente le palmeé la pierna.
—¿Es
un juego o en serio son novios? —preguntó Astaroth, meciendo la
pierna que mantuvo cruzada sobre la otra, rascándose la barbilla.
—¡Sí, claro!... claro que somos
novios… —respondió Terius, tomándome del mentón, cubriendo mis labios
nuevamente con los suyos, mientras traté de quitármelo de encima.
—Terius, basta —balbuceé entre sus
labios, sintiendo como trató de meter su lengua, codeándole tan fuerte el
costado, que terminó con un intenso dolor que lo retorció de lado—.
Contrólate,
¿quieres? —Fruncí el ceño, limpiándome la boca, mientras pude notar el color
rojizo de las mejillas de Albsev, quien parecía no poder creer aquello.
—¿Qué
pasa, Al?... —pregunté en un tono amable.
—Ustedes
dos no pueden ser novios —Alcé una ceja extrañado, mientras
Orión y yo preguntábamos al unísono el porqué de aquella afirmación—.
Jamás le
prestaste atención a Terius… ¿Por qué ahora sí?... Es tu venganza, ¿no?... ¿Un primo por otro? —Coloqué
la mano en mi pecho, mientras negaba con la cabeza.
—Albsev,
me ofendes… yo jamás haría algo así. Simplemente, sucedió… así
como lo tuyo con Orión. Me gusta el flaco… ¿Por qué es tan difícil para ti
aceptarlo?
—Sí, Al. ¿Por qué no puedes creer
que Thomas esté interesado en mí? —preguntó Terius en un tono
molesto.
Ahí iba de nuevo a meter mi veneno para que comenzaran las
disputas entre Albsev y Terius, así como Orión y yo, los cuales no parábamos de
discutir.
Se
escucharon pasos detrás de nosotros, indicándonos que Stephano bajaba las
escaleras, mientras yo no aparté la vista de Albsev, quien me miró como
pidiéndome que desmintiera aquello y no le hiciera quedar mal delante de su
primo/hermano.
—Bueno, Al, estamos
en eso… no es
que yo lo ame o algo así, simplemente… pues… —Me pensé varias veces lo que iba
a alegar, hasta que Astaroth soltó, empeorando las cosas.
—Terius
es solo un desahogo, Al. —El aludido apartó el brazo de mis hombros, observando
fijamente a Astaroth, quien le sonrió sarcásticamente justo cuando Stephano se
acercó a él, explicándonos lo que había sucedido con Emma.
—Ya
se durmió. No paró de llorar, así que tuve que pedirle a Whinish que trajera
leche tibia con quince gotas de valeriana para que se calmara.
Aquello
sin duda no me dejó muy bien parado. Albsev volvió a fruncir el ceño,
clavándome su inquisidora mirada, tratando de ignorarle, escuchando lo que
Terius soltó a continuación.
—Entonces
según tú, yo soy el “desahogo”
de Thomas. —Astaroth se encogió de hombros, abrazando a Stephano por la cintura,
respondiendo a su pregunta.
—No
te ofendas T., pero no es contigo el agravio, sino con él… sé de antemano que Thomas no
sabe querer a nadie y que lo más seguro es que tú…
—¿Tú
qué sabes si yo sé amar o no?... ¿Qué sabes de lo que yo pueda llegar a sentir
por alguien?... —Astaroth rodó los ojos, mientras Albsev posó una mano en mi
rodilla, tratando de calmar aquel ataque de rabia que estaba a punto de
explotar— No sabes nada de mí… no tienes ni la más remota idea de
lo que sufro a diario… El que no esté entre ustedes la persona a la que amo… no
quiere decir que no lo sienta, que no sepa sentir amor.
—Thomas,
ya…
—No, Albsev, no voy a permitir
que porque Astaroth tenga una relación amorosa como la de los cuentos de hadas,
me diga a mí que no sé amar. —Astaroth tornó el rostro
serio sin decir nada, escuchando como golpearon a la puerta tan fuerte, que
todos quedamos mudos ante los tres golpes que hicieron temblar hasta los
vidrios de las ventanas conjuntas.
Albsev,
quien se encontraba sentado en la mesa de en medio, se levantó justo cuando
Whinish apareció frente a la puerta, girando la manilla de ésta, la cual se
abrió tan estrepitosamente, que la erkling terminó estampada contra la pared,
mientras el indeseable rostro de Artemisa se dejó ver con la
cara más
endemoniada que le pude haber visto jamás.
—¿Mamá?
—La voz de Orión tenía aquel típico timbre de asombro, que delató no solo su
desconcierto, sino también el terror de ver la cara de aquella mujer, la
cual no tenía nada que envidiarle a “Linda
Blair” en la película “El exorcista”.
Orión
se levantó de su asiento y dos buenas bofetadas fueron a dar contra su rostro,
sentándolo tan abruptamente de nuevo sobre el sofá, que hasta yo me asombré de
aquello.
—EXPLÍCAME
CÓMO ES ESO QUE ERES UN ASQUEROSO MARICON —Albsev trató de acceder a mi primo,
quien se acarició el rostro a punto de romper en llanto, siendo atrapado por la
endemoniada mujer, quien le tomó de los cabellos, zarandeándolo como si fuese
un monigote—. Y con esta porquería de Townsend.
El
chico gritó, mientras que Orión se levantó tan rápido como yo lo hice, tomando
a su madre por los brazos, mientras que yo atraje a Albsev, quien comenzó a
llorar, abrazándole con fuerzas, y Stephano, quien se había quedado inerte,
ahora le pedía a Astaroth que tratara de calmar a la mujer, pero no llegó ni a
acercársele. Artemisa desprendió su broche, el cual ocultaba su báculo,
apuntándole tan rápido a Astaroth que el chico no le dio tiempo ni a espabilar,
arrojándolo de vuelta al sofá, cayendo sobre Stephano, haciendo que ambos
rodaran unos metros más atrás, pegando contra la puerta del comedor.
Terius
se había abalanzado sobre la mujer, pero esta no solo le atestó el báculo en la
cabeza, rajándole la frente, sino que además le
había lanzado una proclama de expulsión, después de empujar a Orión, haciéndolo
caer al suelo.
—¡TÚ!...
ERES TÚ EL CULPABLE, ASQUEROSO INVERTIDO DE PORQUERÍA… — Artemisa me apuntó con
su báculo, mientras le observé fijamente, plantándome frente a ella sin
importar que pudiese salir herido, ya que me encontraba desarmado—Tú debiste
sodomizar a mi hijo desde pequeño, sucio pervertido, enfermo mental, asquerosa
rata… —No dejé que siguiera con su retahíla de insultos, y opté por usar uno de
los trucos sucios que había aprendido con Albert para deshacerme de esta
maldita mujer a la que tanto odiaba.
Posé
mi mano sobre su báculo, el cual se cerró al instante, aferrando la de ella, la
cual sostuvo el broche, apretándole tan fuerte que los dedos tronaron y la mano
comenzó a sangrar, imaginando que el broche le estaba rompiendo la palma,
mientras la mujer comenzó a desfigurársele el rostro ante el dolor, aferrándola
del cuello, tan fuerte, que en cuestión de segundos su rostro se tornó tan
rojo, que los vasos oculares estaban a punto de reventar.
—Tú
no entras a mi casa con esas ínfulas y me insultas a tus anchas, maldita
frígida, no eres nadie para entrar aquí sin mi consentimiento…
—Thomas,
suéltala… —pidió Orión, sin dejar de abrazar a Albsev, mientras clavaba mis
uñas en la delicada piel de su cuello, escuchando como se ahogaba, blanqueando
los ojos, sin que pudiese controlar aquella aprehensión que ejercí sobre ella,
donde unos largos y delgados brazos me tomaron por sorpresa, halándome hacia
atrás, justo cuando Orión tomó a su madre, la cual cayó hacia atrás a punto de
dar contra el suelo, percibiendo el temblor en mis manos, aquellas que habían
estado a punto de estrangular a la indeseable mujer.
—Cálmate
Thomas, respira… vamos, has aprendido a controlar esa ira, no vayas a
retroceder ahora, por favor… tanto tú como yo deseamos que te otorguen el
permiso, mírame Thomas. —La voz de Terius, aunque me hablaba al oído, pude
percibirle a distancia, encontrándome tan alterado, que por un momento sentí
que no me encontraba en aquel lugar, era como si estuviese en un cuerpo que no
era el mío, aún tenía las manos engarrotadas por aquella aprensión, volviendo a
percibir los sonidos, formas y olores a mi alrededor, escuchando toser
ahogadamente a Artemisa, la cual estaba siendo atendida no solo por su hijo sino
también por Stephano, mientras que ahora era Astaroth quien trató de consolar a
Albsev, quien aún seguía tan perturbado como Orión, el cual dejó ver en su
rostro tanto el dolor, como la rabia que lo embargaba, donde unos ojos rojos y
vidriosos demostraron lo mal que el chico la estaba pasando.
Por
unos segundos todo me dio vueltas y fue allí cuando mis fuerzas cedieron, dando
paso a un fuerte mareo, junto a unas náuseas, que amenazaron con descompensarme
el cuerpo, cayendo lentamente sobre el sofá con ayuda de Terius, quien dejó que
me deslizara sobre éste, volviendo a escuchar el odioso tono de voz de
Artemisa.
—Maldito
seas, Thomas Lestinger, no sabes el odio que te tengo. —La mujer tosió, sin
dejar de insultarme, mientras yo abrí los ojos, para enfrentar nuevamente a la
ofuscada fémina, quien apretó con fuerzas la mano herida sobre su ropa,
observando el pequeño broche en forma de flor, tirado en el suelo lleno de
sangre.
—Fuera
de mi casa, ¡bruja!… —Terius acarició mi frente, la cual estaba empapada de sudor—
Por mí puedes
supurar todo tu maldito veneno en contra de mí, pero lejos de mi casa y
de mis dominios, ve a hacerle la vida miserable a alguien más, yo tengo
suficiente mierda en mi vida como para soportarme tus ataques homofóbicos, tanto en contra de tu
propio hijo como de mi persona. —Artemisa, quien ayudada por su hijo, comenzó a
incorporase, trató de acceder nuevamente a mí, alzando la mano para atestarme
una bofetada, siendo detenida por Orión, quien le pidió que se calmara de una
maldita vez.
—Tú
eres mi hijo, ¿cómo puedes defender a esta basura?
—No
le estoy defendiendo a él, estoy tratando de protegerte, Thomas te ha hecho
daño y tú tratas de arremeter de nuevo en su contra. Debes entender algo,
madre… —La aludida se giró para verle—… soy gay porque así lo he decidido, no
porque Thomas sea el causante.
—Pero
él fue quien te indujo…
—Jamás
me obligó, siempre fue por mis propios deseos, yo… —Orión volteó a verme, y por
una fracción de segundo, pude sentir cierta añoranza en sus ojos, o a lo mejor
eso quería creer—… Yo amaba a Thomas, y aunque él jamás me correspondió,
no me arrepiento que él haya influido sobre mis gustos sexuales.
La
ira de Artemisa volvió a tomar fuerzas, alzando nuevamente la mano hacia el
chico, quien simplemente cerró sus ojos, levantándome tan rápido del sofá, que
por un momento se me había olvidado todo el malestar que sentía, deteniéndole
la mano a la irritada mujer a escasos centímetros del rostro de Orión,
empujando al chico hacia atrás, zarandeándola nuevamente, pegando mi rostro al
de ella, sosteniéndole la otra muñeca, para que no se le ocurriera la brillante
idea de atacarme.
—Ahora
sí pretendes ser la madre abnegada que le importa la vida de su hijo, ¿no?...
Vives viajando por todo el mundo y solo vienes para su cumpleaños, Acción de
Gracias, Navidad y fin de año… crees que eso te hace ser una extraordinaria
madre, ¿cierto?... —La mujer trató de soltarse, mientras todos observaron
atentos a lo que sucedía entre ella y yo— Lo llenas de dinero y regalos, como
si eso fuese a cubrir tu ausencia, y aunque el chico no se da cuenta por el
amor incondicional que te tiene, yo sí me he percatado que eres una basura. —Le
empujé y la odiosa mujer trastabilló, inclinándome para recoger el broche,
arrojándoselo de mala gana.
—Vete
de mi casa, Artemisa… me da igual tu ataque homofóbico, puedes
reventarte de la rabia, pero no en mi casa, ni en mi presencia. No le debo nada
a nadie y si Lucian, Azcassia y Randall, no me menosprecian por mis tendencias
sexuales, no permitiré que tú lo hagas, ni a mí, ni a mi primo, así que te
pido… no, ¡te exijo! que te retires o voy a soltar a Bell y no voy a detenerla.
La
rabia que la mantuvo en una ceguera irracional, volvió a hacerla víctima de una
posible agresión, no solo de mi parte, sino también de parte del animal, quien
no se detendría ante una orden dada por mi persona, pretendiendo agredirme
nuevamente, siendo Orión quien detuviera su ira, halándola con fuerzas del
brazo, pidiéndole de un modo enérgico.
—Ya
basta, mamá. Hablemos en otro lugar, pero quiero que te calmes. —A lo que la
mujer, empujando al chico, le espetó, casi en un tono histérico.
—No
me llames mamá… yo no tengo un hijo sodomita, no vuelvas a llamarme madre por
el resto de tu vida. —Jamás tuve una madre, jamás supe lo que era el amor de
una, salvo el que me había entregado tía Azcassia, y aunque aquellas palabras
no habían sido conmigo, fue un golpe tan fuerte, que no hubo nadie en la sala
que no hubiese hecho un gesto de dolor, indignación y desdén hacia aquella mujer,
quien no merecía ser llamada madre.
Orión
se quedó inmóvil frente a ella, quien le dio una última mirada a cada uno de
los presentes, y encaminándose a la puerta, salió como alma que lleva el
diablo, arrojando tan fuerte la puerta, que por un momento pensé que
traspasaría hacia el otro lado.
Nadie
habló, nadie movió un músculo, todos atentos a la mirada perdida del chico,
quien miró a la puerta, como si aún no hubiese asimilado las duras palabras que
le habían sido restregadas en la cara.
Miré
a Albsev, quien siguió inmóvil junto a Astaroth, carraspeando la garganta para
llamar su atención, volteándose a verme, haciéndole un gesto con la cabeza, de
que se le acercara.
Albsev
comenzó a caminar hacia Orión, y a pocos centímetros de él, este reaccionó
echando su cuerpo hacia atrás, girándose sobre su eje, caminando hacia las
escaleras, apartándome no lo suficientemente rápido para que pasara, sintiendo
como me tropezó el hombro, aunque sabía que aquello no lo había hecho con
ninguna mala intención, el lugar era estrecho y entre su abrupta huida y mi
lenta actuación habían causado aquel leve choque.
—Ve
con él, Al —pidió Astaroth a su mejor amigo, quien se había quedado inerte
nuevamente—. Sé que maldecirá, acabará la habitación y llorará a mares,
pero sé que desea estar a tu lado, ve. —No volteé a verlo cuando me pasó por el
costado, alcé la mirada para encontrarme con la de Terius, quien estaba tan
serio que por un momento pensé que le había dado algo, hasta que habló.
—Esa
mujer está loca. ¿Cómo puede tratar así a su propio hijo? Mis dos madres jamás
me trataron de esa manera cuando se enteraron de mis inclinaciones sexuales, ni
siquiera Ginette, que es tan jodida con esas cosas, me trató tan mal como esa…
—Calló por unos segundos, sobándose el golpe en la cabeza, siendo yo quien
concluyera aquel insulto.
—¿Perra?...
sí, lo es… no se merece ni si quiera una consideración, alguien que jamás ha
sabido entregarlo, no puede pretender recibir respeto, lo siento… siempre he
sido un caballero con las damas, cuando hay una verdadera dama en frente de mí
y esa tiene de dama lo que yo tengo de santo, así que no te detengas a la hora
de insultarle, ella no vale la pena.
Caminé
lentamente hasta las escaleras, dejando a Astaroth y a Stephano en la sala,
sintiendo como Terius subió tras de mí, llegando hasta mi habitación, donde me
giré, observando mi reloj de pulsera.
—Te
queda media hora para volver a la oficina, ve a almorzar mientras yo tomo una
siesta antes de mi cita con Scheffer. —Aquel semblante sombrío ante lo que había
sucedido, se había esfumado, dando paso a una sonrisa socarrona.
—¿Sabes
que amo cuando me tratas así? —Fruncí el ceño, suspirado pesadamente, poniendo
los ojos en blanco.
—¿Así
cómo?
—Así
como un esposo preocupado por su pareja.
Apreté
con fuerzas los labios, no solo para ahogar la sonrisa que amenazó con brotar
de mis labios, sino para no soltarle una de mis histriónicas respuestas que
casi siempre eran para dejarlo en el suelo.
—Ve
a comerte “mí” comida, que a eso es
que vienes, ¿no? maldito infeliz, así que cállate la boca. —Giré sobre mis
pies, sintiendo como posó su mano sobre mi hombro, preguntándome en voz baja al
oído.
—¿Te
han seguido los mareos? —Ladeé el rostro, asintiéndole— Traeré a un doctor… —Me
giré bruscamente, observando hacia el pasillo que daba a la habitación de Orión
y luego a la de las escaleras, tratando de hablar bajo.
—No
quiero más médicos contratados por Crow, no quiero más esta mierda, si tengo
algo grave no quiero que nadie lo sepa, ¿está claro? —Él me asintió,
acercándose a mí.
—Prométeme
que si Leónidas te da el permiso, vamos a hacerte todos los análisis. —Le
asentí nuevamente con desgano, adentrándome a la habitación.
—Voy
a dormir, no tengo hambre… quiero descansar, imagino que volverás a la noche.
—A lo que respondió, sonriéndome con picardía, posando su mano sobre el marco
de la puerta, ladeando la cabeza de medio lado, respondiéndome en un tono
seductor.
—Sé
que te gusta saber que siempre volveré, te gusta tenerme en tu cama y… —Le
arrojé la puerta a la cara con tanto ímpetu, que se dejó escuchar un grito y la
maldición del flaco, imaginando que le había pisado un dedo o le había golpeado
la nariz con ésta, me daba igual; el que usara aquellas mismas artimañas de
seducción que yo solía usar, me ponía de malas, yo era el activo, el seductor,
y que se quisiera lucir con mis propias armas de seducción un idiota como
Terius, sin duda golpeaba mi intelecto.
“¿Acaso no te dejaste seducir por
Albert como un tímido e inocente pasivo?”
Por
supuesto esa autopregunta no deseaba ser respondida. ¿Por qué no podía dejarme
seducir por Terius?... Claro, no era apuesto, adinerado, una celebridad como el
vampiro, el ser más peligroso del mundo según Lucian, pero jamás me dejaría
seducir por un pelele, por un pobre diablo, un joven que lo único simpático que
tenía, aparte de la personalidad, eran sus grandes y expresivos ojos verdes.
Me
recosté sobre la cama, acomodando mi cuerpo de medio lado observando al closet,
recordando lo que había sucedido hacia unos minutos atrás, antes de la intromisión
de Artemisa donde aquel brillo en los ojos de Terius ante el pequeño beso
fingido, junto al alegato de que éramos una pareja, era indicativo de lo fácil
que se le hacía feliz, y si así era… ¿por qué no darle esa dicha?... yo ya
estaba roto, no servía, me sentía incompleto y trataba de llenar el vacío que
seguía persistente en mi pecho con momentos al lado de mi hija y tratando de
recuperar un amor que no volvería a tener nunca más.
“No quiero herirte, pero te debo
tanto”.
Negué
con la cabeza, el tener una relación con alguien por simple gratitud era sin
duda la peor de las bajezas, me hice un mohín cerrando mis ojos, sin ánimos de
seguir divagando en aquello que me estaba atormentando por casi tres meses.
*********
—¿Y
bien?... —pregunté mientras contemplaba el semblante inexpresivo en el
rostro de Leónidas, quien siguió escribiendo en su libreta, observando cómo los
anteojos se iban rodando lentamente por el puente de la nariz.
El
psicólogo no dijo nada, mientras yo trataba de no morderme las uñas, jalarme el cabello o algún
gesto que denotara la impaciencia que me estaba consumiendo, ante el deseo de
saber si obtendría o no el visto bueno de aquel hombre, quien siguió jugando
con mi paciencia, imaginando que trataba de sacarme de mis casillas y así no
otorgarme el permiso.
—Haremos
primero un ejercicio. —Rodé los ojos, aunque él no lo había notado, cambiando
rápidamente mi semblante, que amenazó con ser osco y odioso, por otro
condescendiente y amable.
—Levántate
—Lo hice con cierto recelo, ya que siempre me salía con alguna loca terapia que
me dejaba o molesto o incómodo, pensando que podría estarse tramando ahora—.
Acércate. —Acaté la orden y apenas me acerqué al anciano, éste me tomó por la
mano halándome tan bruscamente que trastabillé cayendo sobre sus piernas,
tratando de incorporarme, sintiendo como el hombre me apresó por la cintura.
—Pero…
—Apoyando la mano sobre el pecho de aquel hombre, quien me miró divertido,
clavé mi furiosa mirada sobre él, el cual siguió apresándome contra su cuerpo
con fuerzas.
—¿Cómo
te hace sentir esto?
—¿Cómo?...
—respondí con una pregunta, sin dejar de verlo por demás molesto— ¿Cómo, qué
cómo me hace sentir?... Incómodo por supuesto, ¿cómo crees que puedo sentirme
ante algo así?... ¿Qué pretendes? —Leónidas sonrió aún con aquel gesto
divertido ante el semblante de mi rostro, mientras seguí intentando soltarme
sin éxito.
—¿Por
qué te sientes incómodo? —preguntó y esta vez su semblante cambió a algo más
serio.
—Pues
porque, porque me estás tocando y no entiendo este tipo de terapia tuya…
¿quieres soltarme? —Leónidas negó con la cabeza— No sé a qué juegas, pero no me
agrada…
—No
estoy jugando Thomas, quiero hacerte sentir querido. —Aquello me dejó frío.
—¿Qué?
—Comencé a forcejear con mayor ímpetu, golpeándole el pecho ante los
prominentes empujones, deseando que me soltara de una vez— Suéltame maldito
enfermo, tú no eres mi tipo, eres muy viejo para mí, suéltame te digo. —El
doctor me soltó tan rápido que terminé cayendo al suelo, levantándome tan
rápido como había caído.
Tomó
su libreta y comenzó a escribir de nuevo, mientras yo apretaba las manos en un
puño, clavándome las uñas en la palma de la mano, ante la rabia.
—Puedes
sentarte —soltó casi en un tono imperativo; no sabía qué hacer, si putearlo,
maldecirlo o simplemente largarme y dejarlo allí, pero necesita el permiso, lo
ansiaba de hecho, tanto que por unos segundos no me lo pensé, rechazándolo,
pudiendo haber conseguido más de él.
Era
extraño, sabía que mi rechazo no era por la violación, más bien era como que no
deseaba olvidar las caricias y los besos de Albert, como si el dejar que me
tocaran pudiese borrar todo aquel recuerdo que aún permanecía aferrado a mi
piel; aunque el último contacto sexual hubiese sido el de aquellos tres
vampiros, mi cuerpo seguía albergando los de él.
No
me había percatado que había tomado asiento hasta que Leónidas posó su mano
sobre mi hombro, haciéndome voltear a verlo.
—Quería
entender tu postura como padre —Fruncí el ceño—. Debe ser difícil para ti
entregar el afecto que jamás te han dado, y aunque has tenido a tus tíos, padre
es padre y esa carencia…
—Yo
no necesité nunca un padre, no me vengas con esas idioteces a mí —respondí en
un tono cortante, cruzándome de brazos.
—Acabo
de hacer una prueba, te di afecto paternal, ¿y que hiciste tú?... lo
confundiste con lo único que te han dado, sexo… en ningún momento pasó por mi
mente lo que pasó por la tuya, Thomas… no pudiste pensar que simplemente quería
hacerte sentir querido, pensaste en que deseaba tu cuerpo, así como todos los
que han querido acceder a ti y tú has dejado que eso suceda, que esa carencia
de afecto la llene el sexo que te dan.
No
podía creer aquello, no me cabía en la cabeza que estuviese psicoanalizando
hasta mi sexualidad y mis sentimientos, se suponía que estaba allí para tratar
mi ira, mi deseo de dominar a todos y a todo, y ayudarme a sobrellevar mi
violación, no a pretender que la falta de amor o afecto sea el causante de todo
aquello.
—Yo
no necesito afecto y no creo… —El psicólogo alzó la mano para hacerme callar.
—Te
sentiste a gusto con el papel de tío hasta que no te sirvió más para tus
objetivos… ¿cierto?... le soltaste a la niña que eras su padre porque ya te
habías quedado sin argumentos válidos para retener a Albsev, y sin pensar en el
daño que le hacías a la pequeña, vienes a decirle que eres su padre, hiriéndola
sin que aquello te valga en lo más mínimo porque solo pensabas en ti.
Me
quedé callado, ¿cómo alegar algo a mi favor a tan fuertes palabras?, ¿cómo
desmentir que todo aquello no era cierto, que no pensé en nadie más que no
fuese en mi persona y que era una basura como padre, que en efecto confundía el
amor con el sexo, temiendo que a lo mejor todo lo vivido con Albert fuese tan
solo una ilusión?
Se
levantó, y tomando sus cosas, se despidió de mí encaminándose a la puerta,
soltándole rápidamente, aunque bien sabía su respuesta.
—No
me otorgarás el permiso… ¿Cierto?... Me castigarás sin darme lo que tanto
anhelo y dirás “no te lo mereces por lo
que le has hecho a Emma”, ¿no es así? —Leónidas se volteó, después de abrir
la puerta del despacho, y dándome una sonrisa amable, respondió sin hacer
ningún gesto de pretender reprocharme
nada.
—El
permiso ya lo tienes, voy a la oficina de Alexander a entregárselo. ¿Qué
pensabas?... ¿Qué te lo entregaría a ti? Se supone que debe caer primero en sus
manos y de allí a las de Terius, no voy a castigarte más de lo que tú mismo lo
haces, tu cara me dice que estás arrepentido, y aunque sé que aún no aprendes
la lección, ya Terius hará lo justo para ello. Que tengas buen día, Thomas.
Salió
del despacho dejándome tan pasmado como desconcertado, me daba el permiso, pero
había un precio ¿y eso me lo haría pagar Terius?
“Pan comido”, soltó una vocecita
interna, mientras otra me respondió tan rápido como la primera.
“Terius no es Albsev, Thomas, y eso
te lo ha demostrado”.
Terius,
a pesar de ser por demás condescendiente, cuando se le atravesaba el Bradley
con el Townsend junto a los genes lobeznos heredados de su madre, era de armas
tomar, pensando que sin duda esta condena era mucho peor que la primera
impuesta por Alexander.
*********
Observé
el techo de la habitación en completo silencio, aunque no se podía ver mucho a
oscuras, prácticamente enfocaba la vista a un punto muerto, pensando en lo que
me había dicho Terius después de cenar.
—En vez de jugar a
hacerte el noviecito cuando te conviene, ¿por qué no te enserias conmigo y me
dices que sí? —alegó el flaco después de terminar la cena, hablando en el
comedor, el cual se había quedado a solas después de compartir la cena con
Astaroth y Stephano, quienes disculparon a Orión y a Albsev, por la ausencia,
alegando que Orión no deseaba comer y Albsev trataba de incitarle a ello.
—No seas idiota, T.,
sabes que no puedo corresponderte como tú quieres.
—¿Según tú qué quiero
yo? —pregunto él con aire despreocupado.
—Que te amen como
dices amarme. —Terius bufó por la nariz, mientras negó con la cabeza.
—Te equivocas, no
pretendo que me ames, todos sabemos muy bien a quien amas, lo has dejado muy claro
al mediodía unos minutos antes de que llegara la señora Artemisa y no pienso
competir con eso, tampoco te diré que soy el indicado para hacerte olvidar, y
mucho menos que haré que te enamores de mí locamente, lo único que quiero es
algo más formal y que seas menos… Mmm… ¿Cómo decirlo? ¡Falso y manipulador de
tu parte!... Sería sin duda más grato para mí.
Por supuesto yo había
decidido cambiar el tema, terminando la conversación con lo del permiso,
preguntándole que haríamos apenas fuese otorgado, donde su respuesta no me
había agradado en lo más mínimo.
—Pues antes de
llevarte a pasar una semana a mi departamento, te llevaremos al médico, al que
te plazca, pero no podemos darle más largas al asunto de los desmayos.
Giré
mi cuerpo hacia la izquierda, dándole la espalda al chico que dormía a mi
derecha, quien se removió sobre la cama, volviendo a quedar inmóvil, observando
la tenue luz que se adentraba por la ventana, percibiendo que las cortinas se
encontraban inmóviles ante la ausencia de viento en los alrededores.
“¿Novios?”, sonaba tan estúpida
aquella palabra entre dos hombres que me hacía reír, negando con la cabeza.
—¿Qué
te tiene tan entretenido? —La voz de Terius a mi espalda me hizo retomar la
postura anterior, colocándome de frente, posando mi brazo derecho sobre mi rostro.
—¿Por
qué no te has dormido? —A lo que respondió con una pregunta.
—¿Por
qué no te has dormido tú?
—Sabes
que paso tanto tiempo durmiendo de día, que he convertido la noche en mis días.
—Pues
deberíamos aprovechar ese insomnio en algo más productivo que dar vueltas en la
cama uno al lado del otro. —Ahí iba de nuevo con sus insinuaciones,
aunque debía de admitir algo, Terius jamás me irrespetaba o se me arrojaba
encima, como lo solían hacer muchos otros, y era precisamente ese respeto lo
que lo hacía acreedor de un lugar en mi cama.
—Duérmete,
quien tiene que trabajar eres tú, no yo… ¿recuerdas?... perdí mi empleo. —A lo
que respondió, desarropándose un poco, ya que aunque no hacía calor, tampoco
hacía frío como para estar tan cobijado.
—Pues
ahora que podrás salir bajo mi cuidado, muy bien podrías ayudarme con mi
trabajo. —Sin duda aquello me atraía, el estar ocupado en lo que me gustaba,
era un cambio radical.
—¡Vaya!...
de ser el abogado número uno del Heliea, a ser el asistente del
fiscal… no me suena muy llamativa la propuesta, pero me lo pensaré.
—Si
te lo vas a pensar como te has venido pensando lo de nosotros, me sentaré a
esperar la respuesta. —No respondí a ello, simplemente me limité a permanecer
callado por unos minutos, sintiendo como se volvió a remover sobre la cama.
Pasar
una semana en el departamento de Terius no era precisamente la libertad que me
esperaba, pero por lo menos sería un cambio de ambiente ante la monotonía que
me habían parecido estos tres meses encerrados en mi propia casa, deseando por
primera vez en mucho tiempo, visitar a mis tíos, a los cuales siempre les había
dado excusas para no verlos.
El
tacto de unos dedos cálidos, debajo de mis sábanas, me hizo encoger el brazo,
sintiendo como apresaron los míos entre los suyos, haciéndome sentir incómodo.
—T.
no hagas que te mande al sofá. —A lo que riendo, respondió sin hacer gesto
alguno de pretender soltarme.
—Es
solo un gesto de cariño, Thomas, no te estoy pidiendo sexo. —Ahí iba
nuevamente, esa incomodidad, esa molestia de darme cuenta que Leónidas tenía
razón, siempre confundía el sexo con los sentimientos y creía que aquel
insignificante gesto de tomarme de la mano era una invitación al coito.
—¿Terius?
—El joven me dio su afirmación de estarme prestando atención con una onomatopeya
casi audible, imaginando que estaba comenzando a sucumbir ante el cansancio—
¿Por qué quieres ser mi novio a pesar de que sabes que no puedo amarte? —A lo
que respondió, haciéndose un mohín, sin dejar de tomarme de la mano.
—No
es que no puedas amarme, es que no quieres… pero el porqué de quererte como
novio es que eres tan especial para mí que la palabra amante no entra en mi
campo de percepción ante lo que quiero contigo, no es solo acostarme por una
noche, sé que me podrías dar eso y borrón y cuenta nueva, pero desde el día que
te vi, ¿sabes lo que me dije? —No quería preguntar, pero igual formulé la
pregunta, a lo que Terius respondió— Es ese chico al que quiero como mi pareja,
mi esposo, mi todo.
No
supe cómo reaccionar a aquello, ni siquiera deseaba dar una respuesta,
simplemente me quedé allí, observando a la nada, deseando que aquel par de
golpes en mi pecho no fuesen más que una arritmia ante mis mareos y mi
debilidad física, y no porque este idiota me hiciera sentir cosas que no
deseaba sentir por él.
—Amantes
puedo tener los que me plazca, Thomas… el dinero compra hasta eso, pero
despertar en la mañana y darte cuenta que después de un polvo estás nuevamente
solo en tu cama, Te hace sentir un vacío que poco a poco te va consumiendo,
pero cada vez que me regalas el privilegio de dormir a tu lado para luego
despertar y darme cuenta que quien duerme a mi lado es la persona por la que
siento algo más que deseo, es simplemente, sublime.
Sacudí
mi mano, apartándola de la de él, quería mandarlo a callar, quería decirle que
se fuera al demonio, o mejor aún, que se largara a dormir al sofá, pero
simplemente le di la espalda, odiándole y odiándome por no querer darle una
oportunidad, y que aún cuando fracasara, saber que me quedaba de él, el mejor recuerdo
de mi vida.
—Buenas
noches, Thomas. —Su condescendencia me hacía sentir aún peor, Orión
hubiese llorado, Albsev me hubiese reñido y pedido una explicación, Kimberley
hasta una rabieta de cuaima me hubiese arrojado encima, Lyra sería igual o peor
que Kimberley, y Albert simplemente me hubiese tomado, haciéndome el amor hasta
hacerme cantar todas las respuestas posibles ante aquella revelación o
simplemente las habría buscado en mi mente.
Pero
Terius no, él no me retaría en cuanto a sentimientos se tratase, él esperaría,
me daría mi espacio y me entendería, y entonces… ¿Por qué no le daba la
oportunidad que tanto ansiaba?... ¿Por qué no dejarme querer?... él no me
exigía que le amara, simplemente me pedía que me dejara querer, no que se lo
retribuyera, ¿y sí siempre fui un egoísta?... entonces, ¿por qué ahora
simplemente no dejaba que me dieran lo que deseaba darme sin entregar nada a
cambio?
“Has aprendido a amar… Albert te
enseñó lo que se siente amar y ser amado, y por más egoísta que seas, te
incomoda el no darle algo a cambio a Terius”.
Suspiré,
girándome lentamente hacia el otro lado, y aunque no pude ver con claridad su
rostro, el lento movimiento que hizo subir y bajar sus hombros al respirar, era
indicativo de que ya estaba dormido.
—¿Por
qué no intentarlo?
Me
dije en voz baja más para mí que para él a sabiendas de que no me respondería,
y posando mi mano sobre la de aquel que dormía plácidamente a mi lado, dejé que
tanto el sueño como la calidez de mi acompañante abrazaran mi cuerpo hasta caer
preso de la inconsciencia, no sin antes percibir un leve movimiento en la cama
y unos brazos que me cobijaron, sin tan siquiera pretender apartarme de ellos,
y mucho menos, alejar la pesadez de aquel sueño, que amenazó con ser uno de los
pocos gratos que tendría, desde hace más de tres largos y tormentosos meses.
Espero con ansias sus comentarios ^_^
No hay comentarios:
Publicar un comentario