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lunes, 1 de septiembre de 2014

Astaroth... el mejor amigo del mundo


Ante los ojos de Stephano.

Llegué a una pequeña plaza… estaba algo descuidada y al parecer no era del agrado de muchos ya que esta se encontraba sola.
—Perfecto —solté mientras sacaba mi Ipad buscando el libro que había descargado.
Comencé a leer tratando de olvidar el incidente con la rubia sintiéndome en otro mundo.
Amaba leer, este era uno de los mejores momentos en los que podía disfrutar de un buen texto, así que decidí quedarme allí hasta la hora de irnos de vuelta al colegio.
Al cabo de una media hora más o menos comencé a escuchar algo que revoloteaba a mí alrededor, alzando el rostro contemplé que se trataba de un doxy.
—¡Rayos! —solté al imaginarme que aquella cosa no estaría sola, y que de seguro solo andaba en reconocimiento para llamar a las demás.
Invoqué mi báculo observando como el pequeño animal lo que buscaba en realidad era acercarse al Ipad; dejando éste en el banquillo, contemplaba como el doxy se posaba en sus cuatro patas tocando el aparato que comenzaba a hacer diversas funciones, apuntándole con mi báculo por si se decidía a atacarme o a llamar a los demás.
El bichito seguía haciendo sonidos y pulsando la pantalla táctil hasta que hizo sonar el mp4, contemplaba como comenzaba a bailar como si alguien le hubiese entrenado.
—¿Qué rayos? —soltaba yo entretenido percatándome que en su cuello tenía una pequeña bufandita en rojo y blanco.
La criatura seguía bailando mientras escuchaba decir a mis espaldas.
—Baja tu báculo, no te hará daño.
Yo volteaba a ver a Astaroth que venía con una pequeña cajita negra en sus manos.
—¿Es tuyo? —Él me asentía mientras se acercaba a la silla destapando la caja sacando un diente de dragón bebé, el cual colocaba en el banquillo guardándose los demás.
El doxy volteaba a ver a Astaroth y luego al diente, lanzándose sobre éste comenzando a roerlo con sus pequeños dientecitos afilados como si fuera un trozo de pan.
—¿Tú le enseñaste a bailar? —Él negaba con la cabeza mientras yo pulsaba el botón para detener la música, observando cómo el doxy volvía a pulsarlo para hacerla sonar de nuevo, volviendo a degustar el diente.
—No…. Él aprendió solo, le gusta la música. —Yo le asentía observando al animal y luego a Astaroth, sin poder creer que lo tenía a mi lado sin soltarme algún insulto.
—No sabía que tenías una mascota —le exclamé al chico, el cual me respondía sin dejar de mirar al doxy.
—No es una mascota muy común, y de seguro sería un problema el tenerlo en los dormitorios… lo llevo conmigo cuando estoy fuera, pero en el colegio tengo una amiga que me lo cuida.
—Entiendo. —No dejaba de mirar aquellos grandes ojos azules que me tenían encantado.
—¿Cómo se llama? —Él me miraba fijo para luego tomar a la diminuta criatura entre sus manos, soltándome en un tono serio.
—Downy. —Él se levantaba con el animal en la mano a punto de irse, mientras yo me ponía de pie tomando el Ipad caminando detrás de él.
—Me asusté, pensé que andaría en manadas y temí que me dejara sin dientes.
Solté aquella estupidez tratando de buscarle conversación.
—Pues ya no debes preocuparte —soltaba él en un tono seco siguiendo su camino, observando como el animal volaba de sus manos hacia mí en busca del Ipad.
—¿Downy?... ven aquí. —Yo alzaba mi mano con el Ipad observando como el bichito pulsaba los botones haciendo sonar la música, comenzando a bailar de nuevo.
—No, basta… ya se acabó la música —soltaba él tomando al diminuto ser que comenzaba a chillar y a aletear para zafarse del agarre del muchacho.
—Déjalo, no me molesta.
—A mí sí —soltaba él ya empezando a molestarse, tomando a la criatura y metiéndola en su bolso, comenzando a caminar mientras yo le seguía.
—Astaroth, please… solo dime porque me odias.
El muchacho se detenía soltándome de mal humor.
—Ya te dije que no te odio, simplemente me incomoda que vivas expresando a viva voz lo que sientes por mí.
El chico volvía a retomar su andar haciendo que yo también me movilizara.
—No me sigas maldición… entiéndelo, no me gustan los hombres y menos como tú.
Yo sonreía mientras le soltaba.
—Aquel que no le gusta los hombres simple y llanamente afirma que no le gustan, no argumenta que no le gustan de una forma o de otra.
Él fruncía el ceño mientras yo sonreía ofreciéndole una disculpa, alegando que lo que menos quería era irritarlo más de lo que ya estaba.
—Pues deja de joderme —soltaba él dándome la espalda, a lo que yo soltaba tratando de lograr que se quedara.
—Pues como dijo Thomas, o nos aprendemos a llevar o él mismo nos obligará.
Al parecer aquello le había valido madre y simplemente siguió caminando como si nada, dejándome en aquel lugar deseando más de su compañía.


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