Capítulo
IV
No todos mis días son gratos
Ante los ojos de Terius
Tomé otra porción de tocineta y huevos revueltos,
mordisqueando el trozo de pan tostado con mantequilla, observando los diversos
adornos adheridos a la puerta del refrigerador, mientras pensaba en lo ocurrido
anoche.
“Según Lucian, solicitó a las
autoridades mágicas de Rumania que pidieran una audiencia con Dion, ordenándole
que se presentara en la embajada americana de dicho país para que declaraba
sobre la acusación que Thomas había hecho en su contra, a lo que alegó no tener
conocimiento alguno de quién demonios era Thomas y mucho menos trabajar en conjunto
con Albert… entonces… Si Thomas no estuvo alucinando anoche… ¿Quién demonios
tiene el supuesto dije?... ¿Los secuaces de Dion o Albert?”
Traté de ir colocando las piezas de aquel enmarañado
rompecabezas que era todo el embrollo Albert, Thomas, Dion… pensando que solo
habían dos opciones… Hablar con Franz a ver si sabía algo de Albert, o si por
lo menos podía ayudarnos a contactar a Ethan, quien conocía muy bien a ambos
vampiros.
—Buenos días. —La voz de Thomas me hizo salir de mis
pensamientos, ofreciéndole una amplia sonrisa.
—Buenos días, mi rey… pensé que desearías dormir hasta
tarde —alegué señalando el microondas, notificándole que dentro había un plato
con tocineta y huevos, y que en la alacena había pan blanco por si deseaba
tostar un poco.
—No tengo hambre, solo deseo un poco de cafeína
—respondió con la cara más adormilada que le había visto, y eso que últimamente
traía siempre la misma cara de desvelo.
—No dormiste muy bien anoche, deberías volver a
acostarte. —No dijo nada, sirviéndose una taza de café, sentándose en frente de
mí, apoyando los codos en la barra de la cocina, comenzando a degustar su dosis
de cafeína caliente.
—¿No es tarde para que estés aún aquí?... yo te hacía
en la oficina. —Tragué la porción de huevos y tocineta que había engullido,
bebiendo un poco de jugo de naranja para pasar el atraganto que me dio al
pretender hablar con la boca llena.
—Sí… debería, pero me levanté hace poco, tomé una
ducha rápida y pues no me iba a ir sin desayunar, una vez que entro en el
Heliea, Alexander no te deja ni echarte un pedo. —Thomas sonrió, alzando el
pulgar mientras asentía a aquella acusación, imaginando que hacía lo mismo con
él, cuando trabajó para el gobernador.
—Pues termina… de seguro está por mandar por ti, ¿no
te ha llamado?
—No sé… no enciendo el celular hasta no llegar a la
oficina. —El chico volvió a sonreír, bebiendo nuevamente de su taza de café,
observándome la muñeca, preguntándome rápidamente.
—¿Y tu brazalete?
—Ese se queda aquí, yo tengo un dispositivo que me
indicará si sales de casa… —Me levanté de la barra de la cocina, llevando mi
plato al fregadero—… ¡Ah!… y no te tomes la molestia de buscarlo, no lo vas a
conseguir —Me giré, acercándome a él, quien volteó para verme, frunciendo el
ceño, ante aquella acotación—. Que tengas buen día, rey… volveré a la hora del
almuerzo… te amo. —Le tomé de la barbilla, levantándole el rostro para darle un
beso en los labios, pero el malcriado muchacho se sacudió mi mano, levantándose
rápidamente, comenzando a caminar hacia la ventana de la cocina, ignorándome
por completo.
Sonreí al ver que aquello del brazalete y el
dispositivo lo pusieron nuevamente de mal humor, acercándome a él, tomándolo
por la cintura, dándole un beso debajo de la oreja, percibiendo su aroma, a lo
que simplemente se echó a un lado, sin ánimos de despedirse de mí.
—Bien… —respondí alejándome de él— Tú te lo pierdes
—Llegué a la puerta, recordando nuevamente lo sucedido anoche—. ¡Por cierto!...
—Thomas ladeó un poco la cabeza— ¿Por qué después de tu declaración, Lucian no
ha hecho lo posible por encerrar a Dion, si fue él el culpable número uno?
—Thomas se giró, después de beber nuevamente de la taza.
—Según la declaración que prestó Dion, él jamás
trabajaría en conjunto con Albert, no sabe como Fuerts se las ingenió para
ensuciar su imagen delante de las autoridades mágicas, si siempre ha sido un
ejemplo de buen vampiro. —Thomas dejó el café en la barra, acercándose al
microondas en busca de su desayuno.
—Imagino que tu tío le creyó. —Thomas alzó ambas
cejas, haciendo una mueca con la boca a modo de “ya le conoces” buscando el pan en la alacena, argumentando a mis
palabras.
—Pues imagino que al tener a Albert preso es más que
suficiente para él, ya que obtuvo lo que tanto había anhelado, atrapar al “Agitador”. —Tragué grueso al escuchar
aquello, no podía ni imaginarme lo que sucedería cuando Thomas se enterara de
que Albert había escapado, pensando que lo de anoche pudo haber sido obra suya.
Me quedé pensando por unos segundos, si era lo mejor
para él que no se enterara o que supiera la verdad, temiendo que al saber que
yo estaba enterado de todo, me pudiese llegar a despreciar.
—¿Terius? —llamó Thomas mi atención, sacándome de mis
pensamientos— Se te hace tarde —notificó, señalando el reloj que estaba cerca
del marco de la puerta, después de introducir el par de piezas de pan dentro de
la tostadora.
—Sí… lo siento, me voy… —Iba a salir de la cocina,
cuando sonreí al percatarme que no me había dado mi dosis de maldiciones,
devolviéndome para atestarle tremenda nalgada, soltándole en un tono por demás
lascivo.
—Pórtate bien o habrá más de esas cuando vuelva… —Salí
de la cocina, comenzando a contar mentalmente en forma regresiva, escuchando
justo cuando tomaba el maletín que había dejado en el sofá.
—¡MALDITO HIJO DE PUTA! —Solté una carcajada, saliendo
del departamento, invocando mi báculo para colocarle una protección a todo el
lugar, dichoso de verlo rabiar de aquel modo tan infantil, sintiéndome pleno.
**********
No había ni siquiera entrado en la oficina cuando
Daniels, mi secretaria, comenzó a informarme de todo lo ocurrido en la mañana,
levantándose del escritorio, acomodándose la minifalda, que al parecer se le
subía al sentarse.
—¡Alexander llamó!
—¿En serio?... dime algo que no sepa —respondí,
abriendo la puerta.
—Dijo que deseaba verte en la gobernación lo antes
posible, algo que ver con unas siamesas… no sé, fue lo único que dijo. —Se
aclaró la garganta, como tratando de que su gruesa voz bajara dos decibeles.
—¿Algo más, Dan? —pregunté entrando a mi oficina,
dejando la puerta abierta.
—Tu primo Jonás también llamó, dijo que todo estaba
listo para el juicio de mañana y que lo hablarían todo al mediodía —Chasqueé la
lengua al recordar que los lunes Jonás acostumbraba a almorzar conmigo en mi
departamento, percatándome que no le había informado aquello a Thomas—. La
dulce señora Loayza vino y dejó eso para ti. —Daniels señaló hacia mi
computador, observando que sobre el teclado había una pequeña bolsa de regalo.
Dejé mi maletín sobre el escritorio, tomando asiento
mientras Daniels siguió leyendo su agenda de notas, tratando de acomodarse el
bulto, imaginando que las pantimedias le apretaban el miembro viril que aún
poseía, ya que Daniels era un transexual en proceso de transformación.
—Llegaron las carpetas con el informe forense del caso
McAlister y las del caso Robinson. —Le asentí, abriendo la bolsa de regalo,
encontrándome con una camiseta negra que decía “Wolf Cub” en letras de fuego, sonriendo al ver el estampado,
volviendo a guardar la prenda en la bolsa, leyendo la tarjeta que traía el
presente, mientras Daniels no paraba de hablar.
“Vi esa camiseta y pensé en
mi bebé… Felicidades, el que persevera vence, mi hermoso, ya muero por conocer
a Thomas… Seguro que ese mensaje que me enviaste se queda corto ante la dicha
de lograr al fin lo que tanto deseabas… te ama… mamá”.
Rodé los ojos, tratando de no reír ante los mimos de
mi madre, que al parecer, jamás me vería como un hombre de treinta años,
mientras Daniels me entregó varias carpetas, guardando el obsequio debajo del
escritorio, comenzando a revisar todo el papeleo después de encender el
celular.
—¡Por cierto!... felicidades, me enteré que tienes
novio, pillín… —Levanté el rostro para verle, observando que las cejas se le
veían algo desiguales.
—¿Por qué revisas mis cosas? —le pregunté al darme
cuenta que había leído la tarjeta que mi madre me había enviado.
—Ay vamos Terius, no te molestes… tú y yo somos amigos
de atrás.
—De atrás de tu culo, cabrón… porque del mío jamás.
—Daniels soltó una carcajada, haciéndome arrugar el rostro ante aquella
estruendosa risa masculina.
—No seas idiota, quise decir de hace años atrás.
—Pues eso no te da derecho a revisar mis cosas… chu,
chu…. Abocando el ala… en serio das miedo, Daniels, entre esas cejas pintadas a
lo deschavetado, esa risa y la manera en la que te vives hurgando el bulto,
jamás llegarás a ser una dama.
—¿Y quién demonios te ha dicho a ti que yo quiero ser
una dama? —Alcé una ceja ante aquella respuesta, comenzando a escuchar aquel
montón de mensajes, indicativo tanto de llamadas perdidas como de notas de voz
y mensajes de texto, seguramente de Alexander y Jonás, que eran los que más me
llamaban, o cualquier otro abogado que necesitara de mi ayuda.
—¿Entonces por qué demonios te vistes de mujer?
—pregunté observando cómo comenzó a retirarse de mi oficina, cantando la
canción de Shakira “She Wolf” tongoneándose como vedette de bar de mala
muerte, cerrando la puerta tras de sí, sonriendo de manera pícara.
—Maldita loca… Zorra, no sé cómo se me ha ocurrido
darle trabajo aquí —Negué con la cabeza, revisando mi celular, escuchando los
mensajes de voz y leyendo cada uno de los textos, encendiendo el computador
mientras entraba la primera llamada al teléfono de la oficina.
—Diga.
—¿Por qué no has aparecido en mi despacho, Terius?…
necesito que vengas aquí lo más pronto posible. —Rodé los ojos, suspirando para
calmar el mal genio que amenazó con aparecer más temprano que de costumbre.
—No tuve buena noche, Alexander, deja que termine todo
lo que tengo pendiente acá y antes de la hora del almuerzo estoy allá… ¿Ok?...
hablamos. —Tranqué la llamada, sin esperar su respuesta, comenzando a empaparme
sobre los últimos detalles de ambos casos que teníamos para esta semana, tratando
de enfocarme en todo aquello, sin pensar tanto en Thomas, al que ya comenzaba a
extrañar, rogando porque la mañana se escurriera como la arena de playa entre
los dedos.
**********
Llegué al despacho de Alexander a eso de las once de
la mañana, donde me indicaron que el mandatario no se encontraba en su oficina,
sino con el profesor Evans, imaginando que estaba en aquella habitación
subterránea, la cual era resguardada en la entrada por el recuadro de Salomón.
Bajé por los ascensores llegando al fin al pasillo que daba a aquella
habitación, saludando cordialmente al difunto profesor, quien me dejó pasar,
bajando rápidamente las escaleras.
—Aquí estoy… qué demonios... —Me quedé callado al ver
que Alexander no se encontraba solo y que Lucian le acompañaba.
—Las siamesas están enfermas, Terius… no se qué
demonios les suceden. —Me acerqué al estanque, observando como una de ellas se
encontraba completamente inmóvil y la otra se movía con dificultad, tratando de
respirar fuera del agua.
—¿Por qué no llamaste a Dominique? —pregunté al ver lo
pálidas que se encontraban ambas criaturas.
—Pensé en eso, pero sabes que después de hacerla
venir, habrá que limpiarle la memoria. —Volteé a verle, negando con la cabeza.
—¿Confías en el señor Malswen y no en mi hermana?
—Lucian me miró de malas, mientras Alexander pretendió hablar, pero era yo
quien interrumpía su posible respuesta— ¿Dónde está Franz?
—Aún es muy temprano para él.
—Pero eso jamás te ha detenido para mandar a
despertarle cuando requieres de su presencia. —A lo que respondió, volviendo a
agacharse, para tomarle el pulso a la sirena que no se movía.
—De hecho lo llamé, pero Sebastián fue quien atendió,
alegando que Franz no se encontraba en el cementerio y que dejaba dicho que
estaría de vuelta después de las siete cuando se ocultase el sol... —La sirena
que aún daba señales de vida, empezó a alterarse, mientras que la otra comenzó
a convulsionar.
—¿Qué demonios?... —Me quité los zapatos, al mismo
tiempo que me deshice del saco de mi traje, arrojándome al estanque, comenzando
a revisarle los signos vitales a la sirena que convulsionaba, percatándome que
en uno de sus hombros, había un par de orificios.
—No puede ser —balbuceé sin poder creer aquello,
escuchando a Alexander llamar por teléfono a la oficina de Cuidado de Criaturas
Míticas, mientras Lucian preguntaba qué demonios sucedía—. Fue mordida… tiene
una mordida en el hombro y es de vampiro. —Alexander se quedó mudo, mientras
Lucian cerró sus ojos en un gesto de indignación, soltándole a Alexander.
—Te dije que ese maldito vampiro no era de fiar,
Alexander, pero tú como siempre confiando en esas inmundas criaturas.
—Esto no lo pudo haber hecho Franz… es absurdo, tantos
años a tu servicio, es simplemente imposible. ¡Además!... Él adora a las
siamesas. —Alexander culminó la llamada con un simple “gracias”, acercándose a
la orilla del estanque, tratando de divisar donde yo le señalaba que había sido
mordida.
—Terius tiene razón, Francisco no puede ser tan
estúpido como para arrojar tantos años de servicio y confianza así como así.
—Comencé a salir del estanque, mojando todo el suelo, enfocándome en la cara de
asco de Lucian, quien al parecer, seguía sin creer en la fidelidad de Franz,
mientras Alexander me pidió, entregándome la chaqueta que había arrojado al
suelo.
—Ve y busca a Franz donde quiera que esté… él es el
único vampiro que tiene acceso a este lugar, quiero que me explique cómo
demonios ha ocurrido esto. —Le asentí, alegando que iría después del almuerzo,
ya que no deseaba dejar a Thomas solo por tanto tiempo, observando la cara de
molestia de Lucian ante mis palabras.
—¡Por cierto!... no entiendo tu deseo de llevártelo a
tu departamento. —Quiso saber el tío del muchacho acercándose a mí, mientras yo
tomaba mis zapatos.
—Ese no es su problema… Thomas es bien grandecito y
ahora está bajo “mi” responsabilidad.
—Deseé soltarle de mala gana que éramos pareja, pero preferí que Thomas hiciera
las cosas a su modo, invocando mi báculo para secar mi ropa con la ayuda de mi
elemento, subiendo las escaleras, escuchando la discusión entre Lucian y
Alexander sobre la fidelidad de Franz, empezando a juntar las piezas que
comenzaron a aparecer, después de la fuga de Albert.
“Un dije extraviado y ahora
una mordida de vampiro a las siamesas… esto tiene tu sello Fuerst, sé que estás
detrás de esto… has estado callado por mucho tiempo y sé que algo grande te
estás tramando”.
Pensé colocándome los zapatos al final de las
escaleras, saliendo de aquella habitación, rumbo al nexus que me llevaría de
vuelta a mi departamento, temiendo lo que se podría estar planeando Albert como
venganza en contra de Alexander.
**********
Entré a mi departamento, después de reaparecer en uno
de los ascensores con el letrero de “dañado”
que servían de nexus para alguno de los magos que vivíamos en aquel complejo
residencial, dejando las llaves en la mesa central después de darle una mirada
furtiva a la cocina, percatándome que Thomas no se encontraba en aquel lugar.
“Debe estar dormido”, pensé, abriendo lentamente la puerta del
dormitorio, percatándome que la habitación se encontraba vacía.
—¡Qué raro! —Cerré la puerta nuevamente, enfocándome
en el único lugar de la casa donde podría estar, pensando que si no se
encontraba allí, íbamos a tener la bronca del año.
Caminé lentamente a la habitación al final del
pasillo, aquella que se encontraba entre la pequeña biblioteca junto a la
pecera y la ventana, donde Thomas había alegado haber visto el dije de los
Fuerst, en la que se encontraba escondido mi otro pasatiempo.
Abrí lentamente la puerta, tratando de no hacer ruido,
percatándome que en efecto, Thomas se encontraba en aquella habitación donde
tenía una gran cantidad de maquetas y todo tipo de maravillas mundiales hechas
en miniatura, una de las aficiones que había sido infundada por mi padre
Henrik, tratando de enseñarme lo que era tener paciencia y perseverancia.
El chico se encontraba de lado, con la réplica de la
torre Eiffel en sus manos, imaginando que aquello le recordaba a Albert y lo
que había ocurrido entre él y el vampiro.
—Tiene aproximadamente veinticinco centímetro de alto
y tenía un total de mil doscientas piezas… tardé casi un mes en armarla. —No
había terminado de decir aquello, cuando Thomas se asustó ante mi repentina
aparición, dejando caer la réplica, la cual pegó en contra de la mesa y luego
en el suelo, haciéndose añicos.
Sonreí al contemplar la cara de terror que puso Thomas
al ver como había destrozado la réplica, cubriéndose la boca ante su torpeza,
agachándose para recoger el destrozo que había hecho, acercándome a él después
de dejar la puerta entreabierta.
—Lo siento mucho… yo… yo no quise… —Invoqué mi báculo
apuntando al montón de piezas regadas en el suelo, reparando el daño que había ocasionado,
observando como la pieza de colección quedaba perfectamente ensamblada.
—Tranquilo, rey… solo lo armé una sola vez al estilo
invening… después de eso, le he reparado como diez veces. —Thomas suspiró
aliviado al ver que la torre había quedado como nueva.
—Lo siento, no quise entrar aquí sin tu permiso, pero
estaba aburrido y me puse a husmear por la casa y encontré este lugar… ¿En
serio has armado todas estas maravillas sin magia? —Le asentí, explicándole que
aquella era la segunda afición que tenía, inculcada por mi padre adoptivo,
quien me enseñó a ser paciente y mantener una disciplina de jamás rendirme o
abandonar algo hasta no haber alcanzado el objetivo final.
—Ya veo de donde te ha salido la perseverancia
conmigo. —Sonreí, colocando mi brazo derecho sobre sus hombros, llevándomelo
conmigo a las afueras de aquel lugar, alegando que luego se lo enseñaría con
más calma, llevándomelo hasta la cocina, sentándolo en uno de los banquillo
frente a la barra, colocándole una tabla de picar enfrente junto a un cuchillo,
unas cebollas y unos pimentones, observando la cara de incrédulo que ponía.
—Y espero que tú aprendas como yo a ser perseverante
en la vida, y así mismo, aprendas a cocinar como lo hacen los invenings, así
que comience a picarme eso en dados, joven, mientras yo troceo el pollo.
—Thomas me miró como si no pudiese dar crédito a lo que le estaba pidiendo,
comenzando a sacar el bol donde prepararía el pollo salteado con vegetales,
escuchando que abrían la puerta del departamento, observando a mi primo pasar
hacia el sofá, soltando en un tono cansado.
—Maldita sea, que día más jodido he tenido hoy… no he
parado en toda la mañana de saltar de un nexus a otro, ya tengo nauseas de tanto…
—Jonás se quedó inmóvil en la entrada de la cocina, con la corbata a medio
desanudar, observando a Thomas, quien le miró de reojo, sonriendo de medio
lado, comenzando a tomar el chuchillo y una de las cebollas, como si aquello
fuese lo más asqueroso del mundo.
—Buenos días, Jonás… Aamm… lo siento, se me olvidó
informarles a ambos… ¡Jon!… Thomas se está quedando en mi departamento —solté
enfocándome en mi primo, quien aún no podía creer que Thomas se encontrara en
aquel lugar— ¡Bebé!… —solté refiriéndome a Thomas—. Jonás viene todos los lunes
a comer conmigo.
—¿Bebé?... —soltó Jonás, alzando una ceja, mientras
Thomas replicaba.
—No me llames bebé, infeliz. —A lo que respondí,
girándome para encender la cocina y colocar el bol sobre la hornilla, agregando
un poco de aceite sobre este.
—¿Qué?... ¿Tampoco a mi primo le puedo decir que somos
novios? —Thomas dejó de picar la cebolla, que más que picarla, la estaba
apuñaleando, mientras Jonás no dejó de colocar diversas caras de asombro ante
la noticia que le había dado, observando cómo Thomas soltó la cebolla,
limpiándose las manos con uno de los paños de cocina, levantándose de su
asiento, preguntando en aquel tono suyo por demás altanero.
—¿Por qué mejor no cocinan ustedes dos?... de seguro a
Jonás se le da muy bien eso de la cocina a lo invening. Me llamas cuando esté
listo el almuerzo. —A lo que respondí, observando como el malcriado muchacho
palmeó el hombro de mi primo, el cual sacudió su cuerpo de un modo déspota,
pensando que esto iba de mal en peor.
—¡Oh, no!... usted no va para ningún lado —Aferré a
Thomas por un brazo, sintiendo como comenzó a sacudirse, apretándole con
fuerzas, espetándole al oído en un tono autoritario—. Te calmas o haré que te
calmes —Thomas clavó su dura y fría mirada en mí, arrastrándolo hasta donde
estaba el extractor de jugo, tomando varias naranjas de la canasta de frutas,
colocándoselas en frente junto a un cuchillo—. Ya que el joven no sabe picar
una cebolla, va a hacer el jugo.
—No quiero, no puedes obligarme.
—¡Oh, sí!... sí que puedo, rétame, Thomas, y vas a
salir de la cocina con una tunda que no vas a poder sentarte por mucho tiempo.
—Golpeé el cuchillo contra la mesa, arrastrando el extractor de jugo para que
estuviera enfrente del enajenado joven, quien siguió mirándome como si deseara
clavarme aquella arma punzocortante en el pecho.
—Y tú… —le solté a mi primo, el cual aún se encontraba
de pie frente a la entrada, arrastrándolo hasta la barra, sentándolo donde
antes había estado Thomas— Trata de recuperar ese desastre, ¿quieres?...
gracias.
Thomas volteó el rostro, clavándole la mirada a mi
primo, el cual a su vez no le quitó los ojos de encima, mientras yo volvía a la
cocina, colocando el pollo ya picado en dados dentro del bol, percatándome que
ninguno de los dos hacía lo que le pedía, golpeando la paleta de madera con la
que revolvía el pollo en contra de la barra, logrando que ambos muchachos
brincaran ante el golpe, aclarándome la garganta en señal de que se movieran a
hacer lo que les había pedido, antes de que comenzara a perder la calma.
Thomas se giró, comenzando a picar las naranjas,
mientras Jonás, empezó a picar lo que quedaba de las cebollas tratando de no
reír ante mi intento de tomar las riendas de aquel posible altercado, no solo
entre ambos enemigos, sino uno ante mi integridad personal, ya que mis malas
pulgas eran más actuación que otra cosa, intentando verme autoritario delante
de ellos, anhelando un poco de cooperación de ambas partes.
**********
Comíamos y ninguno de los dos deseaba dar su brazo a
torcer, Jonás ignoraba a Thomas y este a su vez, casi ni comía, tratando de
soportar al otro que no hacía más que quejarse del mal sabor del jugo de
naranja, aunque debía de admitirlo, en realidad estaba espantoso.
—En serio esto está insufrible, prefiero beber agua
—soltó Jonás levantándose de su asiento, el cual se encontraba en la punta de
la barra, siendo Thomas y yo los que nos sentáramos a los laterales, uno en
frente del otro.
—Pues lamento que al señor abogado no le guste mi
intento de jugo, yo jamás he tenido que hacer estas cosas, tengo servidumbre,
¿sabes?… —En cada palabra podía notar que comenzaba a alterársele la voz,
apretándole la mano para que se calmara.
—Basta… a mí me gusta, las semillas junto al amargo de
la concha le da un toque Lestinger digno de quien lo hizo, está tan amargo como
tú, así que cálmate y bájale dos… ¿Sí? —Thomas frunció el ceño, retomando la
ingesta de comida, mientras Jonás volvió a la barra, con un vaso de agua con hielo.
—¿Estás listo para el juicio de mañana? —me preguntó
mi primo, asintiéndole después de tragar lo que tenía en la boca.
—Sí, ya tengo todas las pruebas de toxicología y
balística… no creo que salga airoso de
esta, todo lo culpa. —A lo que Thomas preguntó de qué trataba el caso y
quién era el cliente, siendo Jonás quien hablara.
—No podemos darle pormenores a los civiles.
—Soy un abogado —replicó Thomas.
—Uno que perdió su licencia para ejercer… —Thomas no
le dejó hablar, comenzando a insultarlo, alegando que aquello no era problema
suyo, percatándome como Jonás se levantó de su asiento imitando el gesto
retador de Thomas, incorporándome rápidamente de mi asiento, soltándome el más
estruendoso pedo que pude lograr sacar en ese momento de mis entrañas, observando
como ambos se quedaron inertes; alegando a aquella sonora interrupción, después
de sentarme.
—El culo ha hablado, así que sentados o juro que su
próxima replica no va a ser nada agradable. —Ambos se sentaron al unísono,
mientras seguí comiendo como si nada hubiese pasado, dándole una mirada furtiva
a Jonás, el cual apretó con fuerza sus labios, mientras que Thomas tapó su boca
con la mano, sin saber si era para aguantarse las risas o para taparse
disimuladamente la nariz ante el posible mal olor.
—Eres un cerdo —espetó al fin Thomas, tomando el
cubierto, sin ánimos de retomar la ingesta de comida.
—No has visto nada aún… —respondió Jonás, mientras me
hacía el loco—Un día lo hizo en un “Burger
King” abarrotado de clientes y dijo que eso pensaba él sobre sus pequeñas
raciones de papas fritas. —Thomas se cubrió el rostro tratando de ahogar las
risas que amenazaron en convertirse en carcajadas, siendo Jonás quien riera
ante aquel recuerdo, mientras yo sonreía, sin dejar de comer.
—En serio no puedo creerlo.
—¡Oh, sí!… créelo, no sabes en manos de quien has
caído, te hará pasar vergüenza y hará que hagas las cosas más insólitas, en
serio lo lamento por ti, Lestinger… pero si es cierto que son novios, no sabes
en lo que te has metido.
—¡Ya veo! —respondió Thomas, tomando el plato a medio
comer, alegando que se le había ido por completo el apetito y que deseaba ir a
tomar una siesta, respondiéndoles a mi favor.
—Bueno, seré todo lo insoportable, vulgar e inmaduro,
pero siempre obtengo lo que quiero —Thomas se quedó de pie recostado del
fregadero, mientras Jonás me miró, como esperando a que argumentara a lo ya
dicho—. Logré que tuvieran por lo menos unos minutos de sana conversación, y
aunque fue para destruirme, he demostrado que ustedes dos pueden llegar a ser
buenos amigos, aunque posean el mismo puto mal genio.
Ambos se miraron a los ojos, sonriéndose el uno al
otro, aunque con cierto desgano, observando como Thomas comenzó a caminar hacia
la puerta, alegando a toda aquella situación, recordando algo con lo que ambos
podrían llegar a llevarse bien.
—¡Por cierto, Jonás!... ¿Te he dicho que Thomas es el
mejor amigo de la princesa Erline Cyreidë? —Thomas se detuvo en la puerta de la
cocina, girándose para verme, mientras Jonás me golpeó el brazo, comenzando a
retomar la ingesta de comida, tornando el rostro serio, empezando a
ruborizarse.
—¿Te gusta Erline? —preguntó Thomas, algo asombrado.
—Solo me parece una elfa muy hermosa, Terius tiende a
malinterpretar mis palabras. —A lo que Thomas respondió, apartando la cortina
de bambú para salir de la cocina.
—Pues cuando quieras arreglo un encuentro entre tú y
ella, pero te advierto algo... —Jonás ladeó un poco el rostro esperando la
advertencia de Thomas, mientras yo no dejaba de sonreír al ver como comenzaban
a llevarse mejor—... Erline puede llegar a ser más pesada que yo, créeme… esa
carita dulce no es lo que aparenta, puedes llegar a sorprenderte. —Y dicho eso,
se retiró, despidiéndose de mí, guiñándome un ojo, respondiéndole de igual
manera, observando como Jonás sonrió tontamente, imaginando que pensaba en la
posibilidad de conocer a Erline.
—¿Es en serio? —preguntó al fin, observándome
fijamente a los ojos.
—¿Qué cosa? —pregunté, tomando mi vaso de jugo.
—¿Son… pareja? —Le asentí esperando su reacción,
pidiéndole que por favor me apoyara y no me dijera que estaba perdiendo el
tiempo o algo por el estilo— Pues, sé que podrías tener a alguien mejor, pero
sé que desde que lo conociste, el chico te ha flechado, y aunque no creo que
sea un buen partido para nadie, sé que estás muy feliz. —Asentí nuevamente,
tomándole de la mano, agradeciendo sus palabras, levantándome de mi asiento
después de ver el reloj de la cocina, alegando que llegaríamos tarde a la
última entrevista con nuestro cliente acusador, antes del juicio que teníamos
pautado para mañana.
**********
Fui a la última entrevista con el cliente del juicio,
pautado para las ocho de mañana del martes, volviendo a mi oficina después de
tener una extensa conversación con mi hermana, ante lo ocurrido con las sirenas
siamesas, terminando de organizar todo, hasta que se me hicieron las seis de la
tarde, percatándome que había oscurecido más temprano hoy a causa de una posible
tormenta.
Tomé el nexus común del Heliea, desapareciendo del
recinto, para lograr reaparecer en el cementerio de Forest Hill, empezando a
caminar hacia el mausoleo de los Markgraf, abrazándome a mí mismo ante el
fuerte viento y el frío que comenzó a hacer, pulsando el intercomunicador justo
cuando posaban una mano sobre mi hombro derecho, haciéndome girar rápidamente.
—¿Qué haces aquí, T.? —preguntó Franz, el cual traía
una enorme maleta consigo, destrabando la puerta del mausoleo con un pequeño
dispositivo que parecía más un control de auto que otra cosa mientras me pedía
que entrara, bajando ambos las escaleras, preguntándole donde se había
encontrado todo el día— Desde ayer estuve en una conferencia de cibernautas con
mis amigos invenings… ¡ya sabes, Bruce, T.J., Steven… y todos los demás!
Le sonreí, asintiéndole al recordar que Franz era uno
de los vampiros que mejor sabía llevarse con los humanos, tenía un autocontrol
sobre su sed extraordinaria y poseía lo que llamábamos el síndrome de “Louis de Pointe”, haciendo alusión al
vampiro de la película “Entrevista con el
vampiro”, ya que Franz era uno de los pocos vampiros que seguía manteniendo
un alma humana, carente de maldad o desapego al sufrimiento humano.
—¿Y Francesca? —pregunté al ver que el amplio salón
del mausoleo se encontraba a oscuras, observando como el vampiro encendió todas
las luces, sin dejar de soltar la maleta que traía entreabierta, pidiéndome que
me sentara, alegando que volvería en menos de lo que canta un gallo.
No sabía si eran ideas mías, o Franz ocultaba algo en
aquella maleta, sentándome justo cuando el vampiro volvió, respondiéndome a la
pregunta que había quedado sin respuesta.
—Francesca salió de viaje a Manhattan con Derek y
Paolo, creo que iba a asistir a una reunión “Dominatrix”…
ya sabes, fue a presumir a sus esclavos —Sonreí nuevamente ante aquello,
preguntándole si Alexander le había llamado—. Sí, por eso regresé apenas
oscureció… lo escuché bastante alterado… ¿Sucedió algo importante? —Le asentí
explicándole a continuación.
—Las siamesas… —Franz abrió los ojos de par en par.
—¿Qué?... ¿Qué les ha sucedido a mis reinitas
acuáticas? —preguntó colocando un semblante que denotó el aprecio y
preocupación que sentía por aquel par de criaturas, pensando que sin duda Franz
jamás les hubiese hecho daño.
—Están muriendo, Franz. —El vampiro se levantó tan
rápido del asiento que pareció haber sido impulsado por un resorte,
observándome completamente aterrado, volteando a ver hacia el pasillo que daba
a las habitaciones, aspirando el aire, como reconociendo algún efluvio,
soltándome rápidamente.
—Iré a hablar con Alexander, pero antes debo arreglar
un asunto, debes irte, Terius. —Franz me tomó del brazo, levantándome de mi
asiento, mientras yo trataba de ver qué era lo que él observaba hacia el
pasillo.
—Franz… todo te culpa, han mordido a las siamesas… las
han dejado medio secas. Dominique me llamó y al parecer le están tratando de
hacer transfusión de sangre de otras sirenas, pero no responden y sus cuerpos
rechazan la transfusión. —El vampiro se detuvo en las escaleras, volviendo a
voltear el rostro hacia el pasillo, pidiéndome amablemente.
—Vete… prometo aclarar esto, necesito ir a verlas y a
darle la cara a Alexander, pero necesito que te vayas ahora Terius, por favor.
—Al parecer había alguien allí, alguien de quien trataba de protegerme,
pidiéndole a continuación.
—Bien… me voy, pero necesito un favor tuyo… cuando
puedas hazme llegar un frasco con ireas… hay alguien que necesita que sanen sus
heridas y quiero probar a ver si el ireas ayuda a que cierren. —Franz me
asintió, prometiéndome que tendría el frasco con ireas mañana mismo, pidiéndome
nuevamente que me retirara, despidiéndome de él rumbo al nexus que me llevaría
a mi departamento, y asimismo, al encuentro con Thomas, invocando mi báculo, y
al mismo tiempo, mi elemento, creando un escudo de aire sobre mi cabeza,
repeliendo la fuerte lluvia que comenzó a caer, pensándome la manera de
comunicarle a Alexander lo que había percibido de Franz en el mausoleo
Markgraf.
Ante los ojos de Franz
Apenas se dejaron escuchar los cerrojos de la puerta
entre las diversas cerraduras eléctricas que resguardaban el mausoleo, me
dirigí a gran velocidad a mi habitación, donde había dejado recostado sobre la
cama a mi precioso Darius, el cual traía escondido en la maleta, quedándome
inerte en la puerta al ver quien se encontraba acostado en su cama, al lado de
mi pequeño retoño.
—¡Vaya!... ¡Pero qué hermoso bebé tienes, Franz! No
sabía que Alexander te había otorgado el permiso de criar un niño humano. —Todo
mi cuerpo se tensó al ver a Albert Fuerst recostado muy cerca de mi razón de
vida, acariciándole el cabello, mientras el pequeño aún dormía.
—¿Qué haces aquí, Albert? —A lo que él vampiro
respondió, acercando su rostro al del niño para darle un beso en la mejilla,
sin dejar de verme, sonriéndome ampliamente, dejando ver sus colmillos,
logrando que mi cuerpo se tensara aún más.
—Vine a agradecerte en persona todo lo que has hecho
por mí.
—No… no tenías que molestarte, con… con enviar una
tarjeta era más que suficiente. —Me acerqué a la cama, tomando al niño entre
mis brazos, apartándolo de él.
—¡Oh vamos, Franz!... ¿No creerás que soy capaz de
lastimar a tu niño? —Por supuesto que lo creía capaz de eso y más.
—¿Quién te dejó entrar aquí?... ¿Qué haces en
Chattanooga, Albert?... Sabes que no eres bienvenido al mausoleo, no por mí…
Francesca matará al que te ha dejado entrar. —Comencé a echarme hacia atrás, en
busca de la salida, tratando de mantener mi escudo mental, prohibiéndole al
vampiro que hurgara en mis pensamientos.
—Sabes muy bien lo que hago aquí —Albert se levantó
tan rápido, que al pretender salir de la habitación, él ya había obstruido la
puerta interponiéndose frente a esta, mientras yo aferraba con fuerzas a mi
hijo entre mis brazos—. Alexander me debe unas cuantas.
—No te ayudé a salir de la cárcel para esto, Albert,
yo le debía mucho a tu abuelo Sigurd y Elwyn estaba destrozado.
—Y te lo agradezco… Francisco… —soltó el descarado
vampiro, colocándose raudo a mis espaldas para pronunciar mi nombre completo,
muy cerca de mí oído, girándome rápidamente, justo cuando Darius despertó,
comenzando a removerse inquieto entre mis brazos—… Pero no tendré compasión con
Alexander.
El vampiro abrió la puerta, saliendo lentamente de mi
habitación, acercándome raudo a la cama, dejando a Darius sobre el colchón,
pidiéndole que se quedara en la cama y no saliera por nada del mundo.
Salí de la habitación tras de Albert… quien se paseó
por el salón, acercándose a la falsa chimenea, la cual era el acceso al túnel
que comunicaba el mausoleo Markgraf con la habitación subterránea de la
gobernación, donde las siamesas eran resguardadas.
—Pensé que solo la chimenea del director de Baylor
ocultaba secretos —Mis manos estaban apretadas en un puño, mirándole
fijamente—. ¡Agkton!… como me gustaría volver a ver a uno de los pocos magos
agradable… en fin, me retiro. —El vampiro comenzó a caminar a la salida,
preguntándole en un tono molesto.
—¿Quién demonios te ha dejado entrar?... ¿Quién te ha
dicho lo del túnel? —Albert sonrió de medio lado, disfrutando la rabia que
apresaba todo mi cuerpo, soltándome en un tono de voz por demás apacible.
—Sebastián parece ser un perro faldero no muy
agradecido, dile a Francesca que se cuide de él, he visto en su mente no solo
el odio que te tiene a ti, sino también a ella… —Aquello no lo podía creer— No
sabes como una noche de pasión junto a mí puede llegar a calar hondo en la
integridad de alguien que siente tanto odio hacia su ama. —Aquello sin duda mataría
a Frances de la decepción y la rabia, pero era mejor que se diera cuenta de lo
que Sebastián era capaz de hacer, traicionarnos de esa manera.
—¿Papito?... ¿Quién es él? —preguntó Darius,
haciéndome girar rápidamente, corriendo a tomarle entre mis brazos, por si
Albert pretendía algo con el pequeño.
—No es nadie… un amigo que ya se iba. —Darius frotó
sus ojitos tratando de arrancar la pesadez de estos ante el sueño que lo
embargaba, escuchando la odiosa carcajada de Albert, cubriéndose la boca en
aquel gesto suyo de asombro y goce al mismo tiempo.
—¡Vaya, vaya!... un niño ojos púrpuras… sí que te
luciste, Franz. Sin duda Alexander no te otorgaría el permiso para tener un
niño, y menos ojos púrpuras.
No podía dejar de ver de malas a Albert, el cual se
acercó a nosotros, observando detalladamente al niño, temiendo que pudiera
percibir el parecido del pequeño con su padre biológico, el cual era el
objetivo de la obsesión del vampiro.
—Mucho gusto, pequeño… —saludó Albert a mi angelito,
el cual sonrió dulcemente extendiéndole la mano, como yo le había enseñado que
se debía saludar—… Ían Adler —Se presentó con un seudónimo falso.
—Mi nombre es…
—Darius —concluyó Albert, sonriéndole al pequeño,
aunque yo sabía que toda aquella amabilidad suya solo era simple actuación,
mientras el niño preguntó como sabía su nombre—. Tengo mis trucos —respondió,
señalándose las sienes, enfocando su mirada en mi persona—. Me retiro, tu… “padre” no me quiere aquí… hasta pronto,
Darius… ¡Franz! —Hizo una reverencia, alejándose de nosotros, y justo al llegar
a las escaleras, informó, deteniéndose en el primer escalón.
—¡Por cierto!... dejé en tu alcoba un frasco con mi
ireas… entrégaselo al fiscal.
—¿Y si no quiero? —pregunté, retando al vampiro, quien
se giró, colocando ambas manos sobre el marco que daba hacia las escaleras.
—No creo que desees perder a ese niño, Franz, o peor
aún… que Alexander se entere que le has mentido. Sé que la visita del fiscal
solo indica una cosa… eres el principal sospechoso de morder a las siamesas
—Abrí los ojos tan grande, que creí que se me saldrían de las cuencas—. Te daré
una mano, tú entrégale el frasco al fiscal, encara a Alexander y culpa a
Sebastián, o juro que haré que todos crean que fue tu hermana, y no solo te
quitarán al niño… sino que los encerrarán de por vida… buenas noches, Franz.
El vampiro comenzó a subir las escaleras, perdiéndose
de vista… sentando a mi pequeño niño en el amplio sofá, activando todas las
cerraduras electrónicas del mausoleo, enviándole un mensaje a Francesca de que
debía volver lo antes posible a Chattanooga, corriendo a gran velocidad a la
habitación de tortura de mi hermana, donde encontré a Sebastián no solo dentro
de una de las jaulas de castigo completamente desnudo, sino que además, sujeto
a varias cadenas con grilletes en aquel material que ni nosotros los vampiros
podíamos destruir… titanio.
—¿Franz?... ayúdame… ese maldito vampiro me engañó, me
dijo que era tu amigo y yo…
—…Y tú te revolcaste con él, le informaste del acceso
a la gobernación y nos traicionaste a todos. —Él negó una y otra vez con la
cabeza, comenzando a gimotear.
—No, Franz… las cosas no son así, escúchame… —Pero no
le dejé hablar, pretendiendo salir de la habitación, espetándole en un tono de
desdén.
—Espero que Gea se apiade de ti… porque no creo que
Francesca lo haga, y mucho menos Alexander.
Salí de la habitación rumbo al salón principal, donde
mi hermoso Darius jugaba con un par de autos que había dejado en aquel lugar,
sonriéndole dulcemente mientras comencé a llamar por teléfono a Alexander,
pensando en todo lo que debíamos inventarnos Francesca y yo ante el atentado de
Albert en contra de una de las armas más poderosas que tenía Alexander,
imaginado que era justo eso lo que el vampiro intentaba… quitarle todo el poder
al alto mandatario americano, despojándolo de las siamesas, las cuales le
habían entregado las diversas profecías que lo mantuvieron con el control de
todo el mundo mágico.
“Lo siento mucho, Terius,
pero no quiero perder a mi bebé”.
Pensé al recordar la petición de Albert, imaginando
que el vampiro deseaba solo una cosa... apresar al joven mago en aquella
obsesión, que al parecer era mucho más fuerte que cualquier raciocinio posible,
por medio del ireas, pretendiendo hundir a Thomas en aquel abismo de recuerdos,
al no querer dejarle olvidar lo ocurrido en Francia.
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