Capítulo 4
Una mañana acalorada y una
tarde fría
Ante los ojos de Thomas
El correr del agua a causa del grifo abierto
en el baño me hacía despertar,
estirándome en la cama, sintiendo
deseos de seguir durmiendo, pero la luz del sol se colaba por mi ventana, y entre los rugidos de Bell y el chillido
del ave de Albsev, lograron espantarme lo que quedaba de aquella somnolencia, levantándome de la cama, encaminándome a
la sala de baño completamente descalzo, donde Al se encontraba cepillándose los dientes.
Caminé hacia el lavabo posando mis manos en
la pared que sostenía el espejo de enfrente, pegando mi pronunciado bulto contra el trasero de
Albsev, haciendo que el chico se incorporara comenzando a toser, escupiendo el
exceso de espuma que hacía la pasta dental al cepillarse.
—Buenos días —Le solté dulcemente al oído, observando por
el espejo como se ruborizaba, deseándome buenos días,
mientras retomaba el cepillado de sus dientes.
—Lamento el
haberme dormido, estaba muerto de cansancio —Me justificaba, tomando mi cepillo y la pasta dental, colocando un
poco de esta sobre las cerdas para comenzar a cepillarme junto a él.
—No hay
problema, sé que en cada caso dejas el alma y la vida en ello. —Albsev escupía
nuevamente, comenzando a enjuagarse la boca, inclinándose
para no salpicar, comenzando a toquetearle el trasero.
—¿Thomas?... No. —Sonreí sin dejar de cepillarme los dientes, comenzando a escupir la pasta dental, mientras Albsev tomaba una toalla
para secarse el rostro.
Me enjuagué y dejé mi cepillo en su respectivo
puesto, acercándome a él para secarme de la misma toalla, observándolo
intensamente.
—Debes ir a
trabajar —exponía él, como si me estuviera leyendo la mente.
—No obtendré lo
necesario para el caso hasta las diez de la mañana… que vaya Orión y trate con
tu hermano… yo puedo ir cuando se me antoje. —Comencé a apartar la toalla que
se interponía entre ambos, acercándome a él mientras éste se echaba hacia
atrás.
—A lo mejor
Orión no se ha levantado —expuso el chico
sonriendo con picardía.
—Así que te gusta
jugar al hacerte el duro… ¿No? —pregunté mientras
él comenzaba a salir de la sala de baños hacia la alcoba.
—No es eso… es
que no me agradan tus “rapiditos”
—Dijo el chico haciendo el gesto de las comillas en el aire mientras yo me
sentaba en la cama, tomando el celular para llamar a Orión.
Se escuchaba su
respuesta y la voz de Whinish cantando en la cocina.
—Me alegra que
ya te hayas levantado, necesito que vayas a la
oficina y esperes una carpeta que me enviará el nuevo fiscal con las pruebas
que tienen sobre el nuevo caso, yo iré en lo que pueda —Tranqué la
llamada sin tan siquiera esperar su respuesta, soltándole a
Albsev—. Listo, ya todo está cubierto, así que sin
duda no será un rapidito.
Albsev sonrió
comenzando a caminar hacia la puerta, mientras yo tomaba mi anillo, colocándomelo rápidamente para invocar mi báculo, apuntando hacia la puerta, trabándola con
una proclama de seguridad.
El chico volteó
a verme mientras yo negaba con la cabeza llamándolo con el dedo índice,
sonriendo de medio lado.
—Tengo cosas que
hacer, Thomas. —Pero yo me levantaba de la cama
después de guardar de nuevo el báculo dentro del anillo, tomándolo de la mano para llevarlo a la cama.
—Le he dicho, joven, que detesto que me digan que no, y más a sabiendas de que lo
deseas tanto como yo. —Albsev sonrió nuevamente, volviendo a ruborizarse
mientras yo le recostaba del dosel de la cama.
—Debería
castigarte.
—¿Por qué?
—preguntaba el muchacho con cara de mosquito muerto.
—Porque usted
sabe que debe de estar “siempre” deseoso de su hombre, amo
y señor y jamás contradecirlo. —Albsev colocaba sus manos sobre el dosel,
detrás de la espalda, justo a la altura de su trasero.
Volví a invocar
mi báculo apuntándole a las manos, atándoselas al
dosel mientras hacía desaparecer su camisa y sus pantalones de dormir, dejándolo tan solo en bóxer, contemplando aquella carita suya de ciervo
en matadero que me hacía perder toda compostura.
Suspiré para
controlarme, ya que su miembro comenzó a endurecerse, tensando la tela del bóxer, donde se dejaba ver una abultada
entrepierna.
—Como amo que tu
cuerpo reaccione tan solo con que te ate y estés semidesnudo delante de mí.
—Albsev sonrió tímidamente, tratando de zafarse,
aunque solo lo hacía porque él muy bien sabía que aquel forcejeo me calentaba
demasiado.
—¿Y que será
esta vez, mi señor Lestinger?... ¿Paleta de madera, fusta o látigo? —preguntó Albsev
tratando de sonar lascivo, adorando que después de cinco años su Estocolmo
fuese de mal en peor.
—¿Tú qué
quieres? —le pregunté sacándome la camiseta blanca, dándole un pequeño beso en los labios.
—Sorpréndeme
—respondió el chico, observando como su cara estaba tan roja de deseo como de vergüenza al tratar de sonar
insinuante, algo que sin duda le salía muy bien.
—Bien… tengo
algo que no he usado contigo —expuse de lo más entretenido, encaminándome hacia el closet, buscando una
caja de herramientas donde guardaba los juguetes sexuales que Albsev y yo
habíamos comprado en el transcurso de los años.
—Aquí está —solté más para mí que para él, mostrándole un
pequeño cilindro de cristal.
—¿Eso qué
demonios es? —preguntó Albsev tornando el rostro serio
mientras me encaminaba acercándomele, para arrodillándome frente a él, comenzando a bajar su bóxer muy lentamente.
—Esto, mi estimado niño, es un cilindro de castigo.
—Su sexo quedaba al descubierto, al cual le daba un pequeño golpecito con mi
dedo medio, justo en la punta muy cerca del frenillo, logrando que su
erección se perdiera.
—Lamento mucho
hacer eso, pero esto no puedo colocarlo si está erecto tu amiguito. —Comencé a introducir su miembro dentro del cilindro de vidrio con una
pequeña ranura en la punta, pasando el candado que este traía por debajo de sus
testículos, asegurando el cilindro al candado en un
movimiento rápido que hizo gritar a Albsev.
Me levanté
sonriéndome como un completo malnacido a causa del dolor que le pudo haber
causado aquello al muchacho.
—¿Quieres que te
amordace, Al? —El aludido negó con la cabeza, moviendo sus
piernas para controlar el dolor— Entonces no vuelvas a
gritar, o tendré que amordazarte. —Volví a caminar
hacia la caja, sacando un paquete que no había destapado
aún.
Comencé a sacar
las bolas chinas que habían dentro del paquete mostrándoselas a Albsev, el cual abría grande los ojos preguntando que para qué diantres era
aquello.
—Esto es algo
que va a ir directo a esa delicia de trasero que tienes —El chico negó con la
cabeza, alegando que aquello lo iba a destrozar
internamente—. No seas exagerado, aquí lo único que puede
destrozar ese lindo culo es este señor de acá.
Le respondí
apretándome la entrepierna de lo más descarado, invocando nuevamente mi báculo
para desatarlo y llevarlo hasta la cama entre mis brazos, ya que al parecer, el juguetito de tortura le
había encalambrado las piernas.
—Voltéate y
colócate de rodillas con la cara sobre la almohada. —Albsev me miraba fijamente
sin poder creer lo que le estaba pidiendo, comenzando a lubricar las bolas
chinas con un lubricante en spray, volteando a verle.
—Que te voltees
Albsev, es una orden. —Aquello no había cambiado entre nosotros, aunque ya no
poseía aquel brazalete con el que lo torturaba y obligaba por medio de la
marca, Al había creado aquel síndrome suyo de hacer
todo lo que yo le ordenara en aquel tono imponente y autoritario, percatándome
de que aquello lo excitaba y lo hacía dependiente de mí.
Albsev se volteó
lentamente, comenzando a tomar la posición indicada,
haciendo un leve movimiento de mi báculo para que las sábanas lo maniataran a
la cama, tal cual como nuestra “forzada”
primera vez.
Me coloqué en
frente de aquel trasero suyo, el cual se encontraba predispuesto para la
penetración, mientras podía escuchar la respiración agitada del muchacho que se
movía de manera incomoda.
—Quieto y
relájate —Moví el cilindro que colgaba en su miembro, escuchando como
el chico se quejaba—. Vas a acabar tan
rápido que hasta me darás tiempo a ducharme y desayunar.
La primera
esfera era pequeña…. De aproximadamente unos tres centímetros de diámetro, la
cual entraba en aquel diminuto y apretado agujero de mi hermoso y deseoso
muchacho con facilidad, aunque Albsev se quejaba comenzando a jadear, dejando
las otras dos esferas guindando, ya que aquellas se encontraban adheridas entre
sí por un grueso nylon.
—¿De dónde
aprendes tantas perversiones?... ¡Por Gea! —preguntaba el chico haciéndome sonreír, y acariciándole
los testículos, comenzaba a posicionar la segunda esfera de unos cinco
centímetros de diámetro.
—Es tu culpa, si
no fueras un niño deseoso de que te perviertan, mi mente no trabajaría creando
tanto morbo. —Empujaba poco a poco la esfera que comenzaba a expandir aquel
lubricado y palpitante agujero anal, escuchando los gemidos de Albsev, el cual
exclamaba que aquello le dolía.
Empujé la esfera
haciéndola entrar por completo, apretándome el bulto al escuchar los jadeos y
la agitación del chico que estaba perdiendo el control.
—Quítame el
cilindro, Thom, please… please… quiero que me
masturbes, quiero acabar por favor, te lo ruego… te deseo, Thom, te deseo demasiado. —Justo eso deseaba escuchar de sus labios…
que me deseaba, que me rogara que lo hiciera acabar, y más aún, que
me rogara que lo hiciera mío y que me amaba al punto de dejarse hacer lo que se
me viniera en ganas.
—No te haré acabar
hasta que la última esfera entre —le solté al joven
que no paraba de mover sus pelvis como si estuviese penetrando a alguien.
Me levanté y
busqué mi pequeño frasco, aquel que tenía la poción que hacía deseoso, dilatado
y húmedo aquel orificio anal que me traía por demás enviciado. Unté una buena
cantidad, dedeándole aquella zona por entre las esferas, escuchando como el chico gemía y se quejaba, enloqueciéndome
cada vez más.
La poción sin
duda la había logrado mejorar, en cuestión de segundos Albsev pasaba de ser
aquel niño tímido y penoso, a ser una zorra de la esquina del peor barrio de
Chattanooga.
—Cógeme, maldita sea… te odio hijo de puta… odio cuando me pones así… Aaah… Por Gea… ten piedad, Thomas, please.
—Sonreí como un completo desgraciado disfrutando
aquellas palabras tan sucias.
Comencé a
empujar la última esfera mientras Albsev gritaba pidiendo más, así que se la empujé de un solo golpe y el chico volvió a mover su
pelvis como si follara, dándole dos buenas
nalgadas sin dejar de sonreír al verlo en ese estado.
Me levanté de mi
cama sin dejar de admirarlo, tomando mi fusta, una que
había decidido comprar simplemente porque él así lo había pedido.
Subí a la cama, acomodándome frente a su rostro, tomándolo por el flequillo del cabello
para levantarle la cabeza.
—Levántate —le ordené haciendo que el muchacho se colocara en cuatro patas. Tomé mi sexo, tan erecto que dolía ante
tanta excitación, aferrándolo con la mano izquierda, mientras seguía
maniatándolo por los cabello con la derecha, comenzando a
darles pequeños golpes sobre los labios, a lo que Albsev
abría inmediatamente la boca y yo introducía mi sexo en su cavidad bucal hasta
el fondo.
—Vas a chuparlo
mientras te castigo por hacerte el que no quieres cuando lo deseas más que yo…
¿Está claro? —Me asintió comenzando a degustarse mi virilidad como el más
deseoso de ella, haciéndome sentir
escalofríos y deseos de violarle esa delicia de boca, comenzando a darle
fustazos, sintiendo como en cada uno de ellos
apretaba los dientes.
—Juro que si me
muerdes, Albsev, no va a haber
culo que coger, porque voy a darte la paliza de tu vida hasta que te defeques…
¿Me has oído? —Él alzaba la mirada para verme de manera retadora haciéndome
fruncir el ceño y volviendo a formularle la pregunta.
Albsev asintió a
lo que pudo mover su cabeza, volviendo a retomar la
felación, soltándole fustazos tras fustazo, aquellos
que surcaban con intensas rayas rojas sus blancas y delicadas nalgas.
Aquello me puso
por demás deseoso, caliente y sin intención alguna de seguirme aguantando el orgasmo que se acumulaba castigando cruelmente
a mis genitales. Solté la fusta y saqué mi sexo de la boca del chico, levantando su rostro y aferrándolo con fuerzas del mentón con mi
mano izquierda, apretando sus mejillas con mis dedos para que separara los
labios, comenzando a masturbarme vigorosamente el erecto pene con la derecha, escuchando como el chico se quejaba y jadeaba imaginando que se había
corrido tan solo con verme hacer aquello frete a su cara.
Sus jadeos y
estremecimiento eran lo que faltaban para conseguir mi desahogo, irrigándole toda la boca al chico con mi esencia, el cual cerraba los ojos mientras yo seguía gimiendo sin dejar de
estimular mi sexo, sacudiéndolo para llenar todo su rostro de semen.
Hice un movimiento rápido con mi báculo logrando que las sábanas
dejaran de infligir aprehensión sobre el chico, pidiéndole
que se levantara, quedando de rodillas, igual que yo, sobre
la cama.
—No tienes idea
de lo que me hace sentir el ver ese hermosos rostro irrigado de esa manera con
mi esencia —le solté al chico que sostenía el
cilindro para que el peso no lo lastimara más, mientras yo comenzaba a recoger
el semen que había caído en la comisura de sus labios para introducirlo en su
boca.
—Quiero ver cómo
te lo saboreas.
—¡Maldito! —me soltaba Albsev, a lo que yo sonreí
disfrutándome aquello.
—¡Oh, sí!... sí que lo soy —respondí de los
más entretenido, acostándolo en la cama, apartando sus
piernas una de la otra, apuntándole con mi báculo
a sus genitales para quitarle el seguro al candado, y así liberarlo
del castigo.
Saqué su pene
del cilindro, percatándome que, en efecto, Albsev había tenido una eyaculación espontánea, pero sabía que no había logrado alcanzar
el
orgasmo.
—No llegaste al orgasmo, ¿cierto? —Albsev negó con la cabeza, haciendo un leve
gesto de dolor al sentir la liberación de su sexo, el cual comenzó
a estirarse ante una prominente erección.
Comencé a sacar
una a una las bolas chinas de su trasero, escuchando cada
uno de sus tormentosos gemidos, mientras el muchacho se
masturbaba ante lo que la expulsión de las esferas le hacía sentir.
Saqué la última
esfera, observando como su trasero se
encontraba dilatado y palpitante tomé sus piernas, sosteniéndolas sobre mis
hombros, acomodándome sobre él, y sin ningún deseo de
pretender ser dulce como él siempre me lo pedía, lo penetré hasta el fondo, al
lograr una nueva erección a causa de verlo tan
caliente.
No había durado
mucho embistiendo al muchacho, entrando y saliendo brusca e insistentemente de
él, cuando el chico, que no paraba de masturbarse, acababa
copiosamente, salpicándose todo abdomen con su esencia, mientras seguí y seguí
penetrándole hasta obtener mi segundo desahogo, dejando caer mi cuerpo sobre el
de Albsev, el cual me abrazaba con fuerzas, besándome el cabello y acariciándome la espalda sin dejar de apretarme
contra su cuerpo, el cual temblaba ante tanto ejercicio físico.
Después de un
rato me levanté para irme a duchar, observando en el reloj despertador, el cual
indicaba que faltaban veinte minutos para las diez de la mañana. Salí de la
habitación de baño después de una ducha rápida observando que Albsev se había
vuelto a dormir.
Me vestí
rápidamente, tratando de no hacer ruido, enfocándome a cada tanto en el rostro
de mi pareja que dormía con una amplia sonrisa; me acerqué a él después de
terminar de peinarme, arropándolo y dándole un
beso en la mejilla, comenzando a caminar hacia la puerta donde
escuchaba un casi inaudible...
—Te amo. —Me
giré para verlo, pero él se encontraba en la misma posición
y sin abrir los ojos.
—Ídem —respondí, saliendo de la habitación rumbo al nexus, ya que era
demasiado tarde como para ir conduciendo hasta la oficina, aún con el auto que
tenía.
*~*~*~*~*~*~*
Llegué a la
oficina a eso de las diez y media, donde Alexia me daba los buenos días,
respondiéndole secamente, pidiéndole que me trajera
una taza de café.
Entré observando
a Orión en su escritorio, uno que tenía la oficina a un lado, cerca de la
puerta.
—¡Vaya! Hasta
que apareces… Crow te ha llamado dos veces y el fiscal ya trajo la carpeta con
los análisis forenses, pruebas antidoping y examen psicológico. —Le asentí
dejando mi maletín en uno de los sofás, sentándome para comenzar a leer el
informe, abriendo la carpeta, percatándome de una nota
que decía.
“Muy bien jugado de tu parte, dejar a tu primo encargado para no tener
que verme, no importa, ya nos veremos tú y yo en los tribunales… cualquier cosa
ya sabes dónde encontrarme”
Terius Townsend
Fiscal de distrito
—Hijo de puta —solté de malas, observando como Orión alzaba el rostro para verme.
—¿Lindo, no?... por lo menos no dejó una foto suya en tanga. —Aquello hacía que
le fulminara con la mirada, pero él simplemente se
encogía de hombros retomando su escritura en el computador.
—¿Qué haces? —le pregunté después de romper la nota y arrojarla a la basura.
—Debo entregar
un trabajo para el lunes.
—¿De qué trata?
—pregunté nuevamente, comenzando a leer el informe
fiscal de cómo fueron encontrados los cadáveres.
—Pues trata
sobre el análisis de mercadotecnia… —Asentía a cada una de las explicaciones,
retomando de nuevo su trabajo, mientras me enfocaba en mi lectura.
“El cuerpo del occiso de cincuenta años se encontró en el
pasillo de la segunda planta de la casa, cerca de las escaleras… El del joven
de diez años, en la puerta de su habitación, con un arma,
la cual había sido disparada”
Traté de
imaginarme la escena.
“La mujer fue encontrada en la escaleras en estado de shock… sus huellas
y ADN se encontraron en cada uno de los cuerpos… no se encontró el casquillo
del arma y tampoco dónde impactó el disparo”
Me empecé a
rebanar el cerebro imaginándome todo aquello que no tenía ni pie ni cabeza,
comenzando a apretarme la frente tratando de pensar.
Decidí pasar al
segundo informe, el del análisis
forense, saltándome lo de los nombres y todo el protocolo, enfocándome en lo que me interesaba.
“Efraín B. Lombrich
Hora de la muerte: 3:37 am.
Causa de la muerte: golpe contundente en la cabeza repetidas veces
contra el suelo”
“Así que no lo mató el desgarramiento del tórax”, pensé sin dejar de leer, observando que Alexia entraba con mi café, dejándolo en el escritorio, retirándose sin dejar de ver a Orión que ni
le prestaba la más mínima atención.
“Tórax abierto a la fuerza, no hubo cortes de bisturí ni ningún arma
punzo cortante, encontrándose desgarramiento de la piel, y así mismo, de los vasos y
arterias del corazón, demostrando que el órgano extirpado fue arrancado a la
fuerza y no por métodos quirúrgico”
“No, esto no lo pudo haber hecho esa mujer”, me dije a mí mismo al ver que aquello debió ser ejecutado por un
hombre, como mínimo, aunque más parecía hecho por un animal.
Comencé a leer
el del niño, encontrándome con que solo había sido
degollado con tres cortes limpios en el cuello y que la supuesta arma que había
hecho los cortes no se había conseguido en la escena del crimen, pero que el
ADN de la acusada se encontraba en el cuerpo del niño, y así mismo, en las heridas que le habían causado la muerte.
Leí todo el
informe encontrándome al final la firma, sello y nombre de la doctora forense
que había realizado la autopsia.
Lyra Luz Townsend
Doctora Forense
Sonreí al leer aquel nombre, recordando el día donde me había
expresado el deseo de ser doctora.
—Así que eres
médico forense. —solté entre dientes, observando
fijamente el nombre de la hermana de Albsev.
Sabía que había
tomado sus estudios en medicina y que se había ido de la casa de sus padres,
para un pequeño departamento en la ciudad, pero Albsev y yo tratábamos de no
hablar de ella, ya que eso siempre ocasionaba malestar en nuestra relación y
decidimos no volver a nombrarla. Pero al parecer el destino la traía nuevamente
a mi vida, y aquello me daba entre alegría y cierto
temor.
Tomé mi café
para enfocarme en otro de los documentos, encontrándome
con que la mujer no tenía indicios de drogadicción y que solo se le encontró en
su sistema circulatorio un solo
medicamento… “Bromazepan” el cual,
era prescrito por su médico de cabecera.
Me levanté de mi
asiento dejando la taza de café a medio beber en el escritorio, tomando mi
maletín, ordenándole a Orión.
—Necesito que
compres cosas de uso personal femenino, si quieres llévate a Alexia y que ella
te ayude.
—¿Qué?... ¿Y eso
para quién? —preguntaba mi primo, a lo que yo
respondía acomodándome el saco marrón oscuro que hoy traía puesto con una
camisa roja sin corbata.
—Es para mí
clienta, me pidió cosas de aseo personal, yo debo ir a la morgue del estado —solté sin poder creer que iría a confrontar a Lyra.
—¿Por qué tengo
que ir con ella?... ¿No ves que le gusto? —Sonreí abriendo la puerta.
—Pues hacen
linda pareja. —Orión frunció el ceño, mientras le solté, tratando de ser amable.
—¡Vamos!...
según tengo entendido, tiene novio.
—Pufs… en sus
sueños —respondió mi primo mientras le solté rápidamente.
—Me da igual, ve
con quien te dé la gana, pero lo necesito para las tres de la tarde que iremos
a verla, ¿está claro? —Orión me asintió mientras
salí al fin del despacho, informándole a Alexia que hoy tampoco almorzaría en
la oficina.
Comencé a
caminar por entre los cubículos, abriéndome paso entre los
agentes de policía, los clientes y el gremio de abogado con sus respectivos
asistentes y secretarias, escuchando aquella maldita
voz que ya me tenía irritado.
—Allí va el
consentido del gobernador. —Me detuve dándome vuelta para encararlo y el muy
cretino me sonreía y saludaba como si nada.
—Si fuera el
consentido de Crow, tú ya no estarías trabajando para esta
firma, Christopher.
—¿Tan mal te
caigo?... ¿O no soportas la competencia? —Negué con la
cabeza sonriendo irónicamente, respondiendo de lo más
tranquilo.
—Tú no eres
competencia para mí, he ganado todos los casos que me han dado a diferencia de
ti, que solo llevas quince ganados de veinticinco que
te han asignado.
—Sí, pero he
ganado más que tu. —Respondió el cretino con aquella sonrisita suya de
satisfacción.
—Me han asignado
diez, Christopher… diez caso de los cuales cuatro
tú no quisiste tomar porque los creías casos perdidos, y los he ganado
todos… no es la cantidad, Christopher, sino la
calidad lo que me diferencia a mí de ti.
Retomé mi andar
rumbo a los nexus, escuchando como
me replicaba.
—Sobre todo la
calidad de tu secretaria… Wow… que envidia. —Éste soltó una carcajada, a lo que yo volteaba de nuevo, deteniéndome
para soltarle con una amplia sonrisa.
—Eso es para que
te des cuenta que no soy el favorito de Crow, fue él quien me impuso esa
secretaria.
—Entonces debes
envidiar el que yo tenga una como Fabiola en mi oficina. —El malnacido posaba
la mano sobre el hombro de su secretaria, una hermosa joven de diecinueve años
de edad, tez blanca y pelirroja… su escote era pronunciado y dejaba ver el
montón de pecas que se extendían por toda su piel, labios carnosos y ojos
violetas que con aquel toque púrpura, los hacían realmente encantadores.
—¿Y qué importa
tenerla o no en mi oficina?... —La chica comenzó a ruborizarse, volteando el rostro, enfocándose en el computador a sabiendas de lo que
yo soltaría a continuación— Tú la tienes de adorno en
una mesa, mientras que yo la he tenido en mi auto.
—Sí, claro, dándole un aventón. —El idiota volvió
a sonreír, a lo que le solté a la joven que trataba de
no verme a la cara.
—Por cierto, Fabiola… tus pantaletas aún están debajo del asiento de mi auto. —La chica se tapaba la cara y los demás trabajadores cercanos a la oficina
de aquel pedante comenzaron a reírse y burlarse de él, mientras la chica tomaba
el teléfono como si realizara una llamada sin pretender responderme, sonriendo por demás complacido al verle la cara de ira que había
adoptado el rostro de aquel idiota ante mis palabras.
—Que tengas buen
día, Christopher. —Salí de
aquella zona rumbo a los nexus, proclamando la dirección de la morgue, desapareciendo de aquel lugar
con una amplia sonrisa.
Ante los ojos de Lyra
Me encontraba
haciendo una autopsia a un hombre caucásico de treinta y cinco años de edad que
había sido asesinado de varios impactos de bala.
La puerta se
abrió, escuchando la voz de mi asistente soltar
desde la entrada de la sala cinco, donde me
encontraba esa mañana junto a la enfermera que me ayudaba a redactar el
informe.
—Doctora
Townsend, un abogado del Heliea pide hablar con usted. —Yo rodaba los ojos, espetándole de mala gana.
—Dígale que
ahora no puedo atenderle —respondí comenzando a hacer mi informe.
—Pulmón derecho
intacto… izquierdo con dos perforaciones, una de las balas quedó dentro del
pulmón, la otra salió limpiamente por un costado. —La chica escribía
rápidamente, escuchando como la otra trataba de hacer
desistir al hombre que, al parecer, seguía enfrascado en hablar conmigo.
—Doctora, dice
que esperará hasta que usted se desocupe. —Suspiré, a lo que
me dejaba el tapabocas, tomando el pulmón lacerado para colocarlo sobre la
balanza mientras le respondía a la asistente.
—Dígale que si
tiene los testículos bien puestos y el estómago de acero, que pase… no me hago responsable por desmayos ni malestares estomacales
de idiotas que se hacen llamar hombres y que no soportan ni ver una gota de
sangre.
Espeté aquello
en voz alta para que el maldito abogaducho me escuchara y se fuera a la mierda.
Seguí mi trabajo, escuchando como la puerta de vaivén se cerraba, dándole el peso exacto
del pulmón a la joven para que lo anotara, volviendo al cuerpo donde comenzaba
a revisar el estómago.
—Wow… toda una
diosa de los muertos, no sabes lo que me hace sentir el ver que lograste tus
sueños y mucho más, Lyra. —Me quedé inerte al escuchar aquella
voz, dejando el bisturí dentro del cadáver, volteándome
para verlo sin poder creer de quien se trataba.
—¿Tú? —respondí
sin dejar de verlo a la cara, comenzando a halar mi
tapaboca hacia abajo para aparatarlo de mi cara.
—Hola, Lyra… o mejor dicho, doctora Townsend. —Sus intensos
ojos cenizos con aquel reflejo púrpura se clavaban en los míos, que lo miraban sin poder creer que se encontraba frente a mí.
Le miré de
arriba hacia abajo escaneando cada parte de él.
—¡Vaya!... sin
duda es una sorpresa el volver a verte. —No sabía a ciencia cierta si era una
grata sorpresa o una muy indeseable.
Él alzó una mano
hacia mí para tocar un mechón de mi cabello que se escapaba de mi gorro, a lo
que yo reaccionaba echándome hacia atrás.
—Cortaste tu
cabello… sin duda me agrada más largo, pero debo admitir que ese corte te hace
ver realmente muy profesional y hermosa.
Volví a cubrir
rápidamente la mitad de mi rostro con el tapaboca, tratando que no notara el
asombro de verlo aquí, en lo que creí era mi área
segura de todo aquel pasado que me había dolido tanto.
—¿Qué quieres, Thomas? —El tan solo decir su nombre me hacía estremecer.
—Pues llegó a
mis manos tu análisis o informe forense sobre el caso que estoy llevando.
“¿Cual podría ser?... ¿Qué caso lo había hecho
venir hasta aquí para enfrentarme de esa manera tan descaradamente única de
él?”
—Es el caso del
científico, Efraín Lombrich —soltó al fin como
si pudiese leer mi mente.
—¿Qué con él?
—respondí, comenzando a abrir el estómago del occiso a
ver si eso le ablandaba el de él y se largaba de mi vista, aunque muy en el fondo lo que deseaba era voltear y no parar de verlo.
—Pues aunque tu
informe es bastante completo quería saber, como persona, que piensas de lo que
le pasó al hombre. —Al parecer el olor no le importunaba en lo más mínimo, e incluso notaba como observaba dentro del cadáver.
—Pues sin duda
no lo mató ella… lo que le hicieron a ese hombre solo lo pudieron haber hecho
con maquinaria pesada o un animal con fuerza sobrehumana. —Dejé de hacer mi
trabajo para al fin encararlo, soltándole rápidamente a la enfermera.
—Déjame a solas
con el abogado. —La chica dejaba la tabla con el informe
forense que realizábamos en la mesa, comenzando a
caminar hacia la salida.
—Tú no estás
aquí solamente por el caso… ¿No es así? —Thomas sonrió de medio lado, haciéndome perder toda compostura, mientras se movía muy lentamente
hacia el escritorio para dejar su maletín y volver a mi lado.
—Quería verte.
—Sin duda no había dejado de ser el mismo descarado de siempre.
—¿Por qué?...
¿Mi hermano ya no te satisface? —A lo que bufó por la nariz sin dejar de
sonreírme.
—¡Oh, no!... claro que no, justo esta mañana…
—No quiero saber
de tus encuentros sexuales con mi hermano, Thomas. —Le interrumpí al ver como estaba a punto de soltarme alguna de sus
porquerías.
—Pues tú
preguntaste —respondió el muy cretino por demás de entretenido—. Por cierto, tengo entendido que las últimas palabras que tú y Albsev
cruzaron fue que tú ya no lo veías como tu hermano, sin duda le dará gusto el
saber que no es así.
Suspiré para controlar
mi mal carácter, que en estos cinco años se había vuelto tan insoportable que
ni yo misma me soportaba a veces.
—¿Tienes más
preguntas o eso era todo? —espeté, recostándome de
la mesa de operaciones, mientras él negaba con la cabeza.
—¿Qué tipo de
animal crees que pudo haber hecho esto? —preguntó
acomodándose el cabello en su sitio, ya que ahora no dejaba caer aquel mechón
tan sensual en su rostro, sino que se peinaba de lado, usando gomina para
mantenerlo en su lugar.
—No te podría
dar una respuesta, lo que puedo hacer por ti es enviarle fotos de las heridas a
mi prima Dominique que es quien se encarga de las criaturas míticas y ese tipo
de cosas, la debes recordar por el asunto con tu dragón. —Él me asintió
alegando que la recordaba perfectamente.
—Pues te
agradecería enormemente ese favor, aunque sé que
no merezco nada de ti. —Me incorporé volviendo a enfocarme en el cadáver,
aunque simplemente le miraba tratando de mantener mi mente en aquel cuerpo en
descomposición y no en sus hermosos ojos que me miraban, taladrándome el alma.
—Pues es mi
trabajo, Thomas, ayudar a la fiscalía, y así mismo, a cualquier caso, así que más que un favor, es mi deber. —Él me asintió caminando nuevamente hacia el escritorio en busca de su
maletín mientras yo le seguía.
—¿Puedo
preguntar? —Él volteaba a verme asombrado al percatarse de que le había
seguido.
—Sí, claro… pregunta.
—¿Qué pasó con
la niña que te dio Kimberley? —Thomas tornaba el rostro serio tratando de
controlar la molestia que aquella pregunta le causaba.
—Está en un
centro de adopción.
—Lo sé… en el
que lleva mi padre… mi pregunta es, ¿qué piensas hacer
al respecto con ella? —solté tratando de probar su
reacción.
—Nada, no pienso
hacer nada… espero que sea adoptada y sea feliz con alguna familia que la aprecie
—soltó secamente comenzando a caminar hacia la
puerta, mientras yo le seguía preguntándole rápidamente.
—Si fuese sido
yo quien saliera embarazada… ¿Hubieses hecho lo mismo, Thomas? —El hombre se
quedaba inmóvil en la salida sin hacer ni decir nada.
—¿Me hubieses
pedido que lo abortara?... ¿O simplemente te hubieses desentendido de nosotras
como lo estás haciendo ahora con esa niña?
Se volteó de
golpe, observándome serio mientras yo me cruzaba
de brazos, alzando una ceja en espera de su respuesta.
—Me hubiese
quedado con ustedes dos y desistido de mi relación con Albsev, aunque aquello me hubiese roto en mil pedazos.
—¿Por qué?...
¿Qué puede tener un hijo mío que no tenga esa niña?... es “TÚ” hija, Thomas.
—¡Basta, Lyra!... si pretendes torturarme, déjame decirte que vas por muy buen
camino.
—¡Oh no, no!...
si quisiera torturarte estarías atado a mi mesa de trabajo donde te extirparía
los testículos con una pinza sin ningún tipo de anestesia.
Thomas sonrió
apretándose el bulto con total descaro haciendo un gesto de dolor, sin poder controlar una mueca divertida ante aquello.
—Me encanta
cuando ríes —soltó acercándose a mí, a lo que yo respondí.
—Y a mí que seas
tan atractivamente descarado… pero contéstame la maldita pregunta, Thomas. —Él suspiró tomando su maletín con ambas manos, sosteniéndolo en frente de él, mientras me respondía.
—No era tu hija…
era de ella y no la amaba.
—¿Y el que no la
ames a ella implica no amar a una niña que no sabe por qué coño está metida en
un orfanato? —Negué con la cabeza mientras comenzaba a
retirarme, volviendo hacia la mesa de trabajo.
—Me agrada saber
que hubieses amado más un hijo mío que uno de ella… pero un hijo es un hijo, Thomas, el error fue tuyo, no de esa niña, ¿y sabes qué?... eso te hace despreciable ante mis ojos. —Thomas me
miraba inerte en la puerta, mientras yo le daba la espalda, retomando mi trabajo.
—Si me
disculpas, debo seguir con mi trabajo… en lo que tenga el informe de Dominique
te lo haré llegar. —Thomas agradeció el favor, respondiéndole
con total simpleza que no era nada.
Se escuchó como
soltaba la puerta de vaivén que había mantenido abierta con su hombro, mientras
yo volteé a verle rápidamente.
—¿Y Thomas?...
—Él volvió a abrir la puerta observándome detenidamente— Fue, aunque no lo creas, un enorme gusto el volver a verte.
Él me sonrió
alegando que para el también había sido grato, aunque podía notar que mi
interrogatorio lo había desarmado.
Volteé
nuevamente, enfocándome en mi trabajo, aunque podía sentir como el tapabocas comenzó a humedecerse a causa de
las lágrimas que comenzaron a fluir sin poder controlar aquel llanto que se me
ahogaba en la garganta.
Comencé a
desmoronarme por completo en aquel llanto, sintiendo que mi vida pudo haber sido perfecta a su lado, o simplemente eso deseaba creer.
Traté de
controlar aquel llanto, pensando en mi hermano
Albsev al que no le hablaba desde hacía cinco años a causa de alguien que, al parecer, era tan cruel como para no amar a su propia
hija, fuese de quien fuese la niña y eso… a mi opinión, dejaba mucho que desear de él.
¡"EL AZUL DE LA OBSESIÓN" YA ESTÁ A LA VENTA!
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