Capítulo 3
Uno de mis días cotidianos
Ante
los ojos de Thomas
Las navidades habían pasado y así mismo las vacaciones,
daba gracias a Gea por ello, ya que odiaba estar sin hacer absolutamente nada
en la casa, aunque por otro
lado, el estar follando a diario con Albsev no era del todo malo.
Pero enero había comenzado con buen pie en los
tribunales del Heliea y me habían llamado para un caso bastante complicado.
Bajé las escaleras de la gran casa en busca de Albsev, que al parecer se había levantado primero
que yo.
—¿Y Albsev? —le preguntaba yo a Astaroth, el cual se
encontraba desayunando en el comedor mientras leía el periódico.
—Creo que está con Bell en
el granero. —Comencé a caminar hacia la puerta trasera,
saliendo de la casa mientras me acomodaba el traje “Joop Fall Winter” negro y camisa de cuello de tortuga azul
eléctrico, observando como el chico salía de aquel lugar sacudiéndose los
pantalones, imaginando que le estaba dando de comer a las criaturas.
—¿Albsev?... voy al Heliea,
me han asignado un caso que al parecer nadie quiere tomar —Albsev alzaba una ceja extrañado mientras yo
proseguía—. Una invening asesinó a su esposo, un mago
adinerado, y según tengo
entendido, trabajaba para los
laboratorios del gobierno, era un gran científico o algo así, ya tendré tiempo
de leer todo en la oficina.
El muchacho me asentía soltándome mientras caminábamos
hacia la casa.
—Hoy iré de compras, ¿vas a llevarte a Orión? —Negué
con la cabeza, argumentando que no lo necesitaría hasta que no supiera
exactamente de que trataba el caso.
—Entonces le pediré que me acompañe. —Le asentí
tomando mi maletín, el cual se encontraba en el sofá como todas las mañanas,
donde Whinish lo dejaba para mí.
—Perfecto —le respondía entrando en el comedor, mientras Astaroth servía una taza de café, sin dejar de leer el
periódico y la acercaba hacia mí—. Gracias. —Bebí de la taza observando una de las columnas del periódico
que se encontraban a un lado de la mesa, desdoblando la hoja y leyendo en
letras púrpuras brillantes sobre un anuncio publicitario de ropa para
damas:
“Invening acusada de asesinar a su marido mago y a
su pequeño hijo de diez años”.
—Así que hay un niño de por medio, con razón nadie
quiere tomar el caso —soltaba
yo más para mí mismo que para los
muchachos, los cuales ya se habían enfocado en lo que leía.
—¿Es tu caso? —Le asentí a Albsev, que era quien formulaba la pregunta.
—¿Acusador o defensa? —Preguntaba Astaroth, a lo que yo
respondía poniendo un rostro de fastidio— Defensa, saben que Alexander no quiere que sea abogado
acusador… quiere que aprenda a ver el lado bueno de la gente, aunque no la posea.
Astaroth sonreía mientras Albsev me palmeaba el hombro, como si eso fuese a quitarme el mal sabor
de boca que aquello me hacía sentir.
—¡En fin!... me voy, debo lidiar con el nuevo fiscal,
ya que al parecer, el que había está preso por esconder evidencia en un caso
que hubo en noviembre. —Dejé mi taza de café, observando como Astaroth sonreía
de medio lado mientras miraba a Albsev como disfrutando de algo que yo
desconocía.
Miré a uno y luego al otro, percatándome de la cara divertida que Albsev ponía
ante lo que fuese que este par se estaban disfrutando en secreto.
—¿Ustedes saben algo que yo no? —A lo que Albsev
respondió.
—Terius es el nuevo fiscal de distrito.
Miré serio a Albsev, el cual seguía con una amplia
sonrisa, escuchándole decir
a Astaroth.
—Bueno, por lo menos la tiene a favor… de seguro con
una guiñada de ojos o una
invitación a almorzar la tiene ganada con el fiscal. —Le miré frunciendo el
ceño a Astaroth, el cual moría de
las risas ante mi rostro de pocos amigos.
—No le veo la gracia. —Astaroth enfocaba su mirada en
el periódico, pero sin dejar de
mantener aquella sonrisa de júbilo, mientras yo caminaba a la salida, comenzando a sentir el mal humor mañanero
antes de entrar a mi oficina.
Albsev me seguía, mientras yo le preguntaba a Ghauth
si se iba conmigo, a lo que el chico
alegaba que su primera clase comenzaba a eso de la una de la tarde y que se
iría luego, ya que debía entregar un trabajo primero en la universidad, dado que Astaroth se encontraba sacando un
postgrado en educación,
mientras trabajaba en el colegio.
—¿No vas a desayunar? —preguntaba Albsev, a lo que yo negué con la cabeza, saliendo de la casa,
acercándome al auto.
—Se me acaba de quitar el apetito con semejante
noticia. —Albsev reía mientras yo lanzaba el maletín a la parte trasera del
convertible, volteando a verle de mala gana ante la sonrisita que mantenía a
flor de labio.
—¡Oh vamos, Thomas!... no es para tanto… como bien lo dijo Asty, la tendrás más
fácil. —Entré al auto tomando mis lentes oscuros, mientras le rugía y el chico
sonreía inclinándose para darme un beso en los labios, aferrándole con fuerzas por el cuello, devorando su boca con total descaro.
Albsev trataba de zafarse de aquel beso, pero no le
daba tregua al chico que comenzó a golpearme con fuerzas para que lo soltara,
escuchando a lo lejos la voz de mi primo soltar en un tono irónico.
—¡Caramba!... primero le rogabas por uno y ahora es
que no te suelta… ¡Quién lo diría! ¿No, Albsev? —Solté al chico, quien comenzó a retomar de nuevo su respiración,
ruborizándose mientras yo alzaba el rostro para ver a mi primo posado en la
ventana de su habitación.
—¿Quieres
uno?... tengo bastantes de esos, si quieres baja y ven por el
tuyo. —Albsev golpeó mi hombro, a lo que lo señalé con el dedo
índice, frunciendo el ceño y exigiéndole que me respetara, volviendo a alzar el
rostro para ver a Orión, quien me mostró su dedo medio a modo de grosería.
—De eso también tengo… cuando quieras te doy —Orión tornó el rostro serio metiéndose de
nuevo en su habitación, mientras encendí el auto, despidiéndome de Albsev que
negaba con la cabeza, acariciándose los labios, imaginando que le había hecho daño con aquel beso.
—Nos vemos —le solté después de ponerme los lentes de sol, girando
el auto con brusquedad, haciendo el primer salto fuera de la residencia rumbo a
la gobernación, y así mismo, al Heliea.
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Llegué a la oficina soltándole a Alexia, mi
secretaria, las siguientes peticiones tan rápido como se me hacía posible.
—Quiero el expediente que Crow envió a mi despacho con
el nuevo caso, un vaso con agua y una aspirina, consígueme el periódico de hoy
y haz una transferencia de dos mil dólares a la
cuenta de Albsev, verifica cuales de mis tarjetas están vencidas y págalas, y comunícame con Alexander después de
hacer todo lo que te pedí. —La
jovencita que habían escogido para mí como secretaria el maldito del Crow junto a Lucian era delgada, desgarbada, cuatro ojos y con brackets, un
completo esperpento. Ella tomó rápidamente una libreta y un bolígrafo,
comenzando a escribir mientras yo entraba en mi oficina, cerrando la puerta.
—Tres… dos… uno… —La puerta se abrió justo al sentarme
después de desabotonándome el saco, alzando una ceja, observando a la muchacha
que trataba de escribir lo más rápido posible, preguntándome mientras se acomodaba los horrendos
anteojos de montura rosa.
—Disculpe, señor Lestinger, ¿qué
me dijo después de la transferencia a la cuenta del joven Townsend? —Miré fijamente a la estúpida chiquilla que
no poseía un maldito ápice de gracia en toda su asquerosa existencia,
respondiéndole de mala manera.
—Que pagues mis putas tarjetas vencidas y luego me
comuniques con Crow.
Ella asintió sin dejar de escribir, notando que lo
hacía con un ridículo bolígrafo rosado con algo que guindaba en la punta del
mismo tono rosado chillón.
—¿Quiere que lo comunique ahora mismo o primero hago
todo lo que me pidió?
“¿Esta chica es retrasada
mental o es que yo soy demasiado para ella?”, pensé
frunciendo el ceño, mientras le respondía tratando de no explotar.
—Primero has todo lo que te pedí y de último llamas a
Crow… ¿Te hago un mapa mental o crees recordarlo? —La chica negó con la cabeza mientras se retiraba,
sonriéndome como idiota, a
lo que yo tomaba el Samsung y enviaba un mensaje instantáneo a Lucian.
“Gracias,
muchas gracias por tan acertada decisión, en serio si querían torturarme y
hacerme pagar todo lo que hice con esta maldita inútil que me dieron de
secretaria, sin duda lo están logrando, prefiero
una inyección letal antes de seguir aguantándome a esta maldita breklig”.[Breklig: Persona
sin magia nacida de magos]
Envié el mensaje, para luego encender el computador, escuchando tocar la puerta, observando
entrar a la inútil nuevamente, la cual me entregaba el documento del caso, el
vaso de agua, la aspirina y el periódico, dejando todo sobre la mesa.
—¡Gracias!... Wow… y yo que pensé que no podías
caminar y mascar chicle al mismo tiempo, que eficiencia. —Aquello por supuesto
lo soltaba en un tono sarcástico, pero la muy taruga se lo creía, comenzando a reír con aquella risita suya que me
taladraba el páncreas.
—No fue nada, señor Lestinger, es un placer. —Me quedé observándola
de mala gana, esperando a que se retirara, pero la muy tonta me veía como esperando algo más de
mí.
—Puedes retirarte, Alexia. —Ella al fin se marchaba, escuchando sonar el teléfono, tomándolo
para ver el mensaje que me había llegado de Lucian.
“Deja de ser
tan malcriado,
Thomas, fue la que Alexander escogió y yo no puedo hacer nada, aguántate,
cualquier cosa es mejor que la cárcel… Azcassia quiere que almuerces hoy en la
casa”.
“¿Almuerzo con Azcassia y
Lucian?”.
Aquello no sonaba mal, envié un mensaje preguntando
quien más estaría, dejando el celular a un lado para comenzar a leer el
expediente de la mujer, saltándome todas las estupideces jurídicas y artículos
que ya me sabía de memoria,
leyendo tan solo lo que necesitaba saber, por ahora.
Nombre
y apellido: Agatha E. Lombrich.
Edad:
41 años.
Nacionalidad:
Norteamericana.
Ciudad
de nacimiento: New york.
Se
casaron en Chattanooga hace doce años…. Acusada de asesinato en primer
grado…Victimas: Efraín B. Lombrich, esposo… Prince E. Lombrich, hijo.
Iba saltando simples acotaciones de la primera hoja, cuando el teléfono de la oficina me suena
justo cuando llega la respuesta de
Lucian.
—Diga —respondí el teléfono, tomando el celular, escuchando la voz de Alexander.
—¿Ya leíste el expediente? —Abrí el mensaje el cual
decía:
“Solo seremos Azcassia, Drake, tú y yo”.
—Buenos días, Crow… justo en este momento la “eficiente” secretaria que me escogiste me lo
acaba de entregar. —El hombre rió de lo más entretenido, alegando que era muy buena chica.
—Sí,
como sea
—respondí de mala gana, contestándole a Lucian con un
simple “Ok”, dejando el celular a un lado, mientras observaba la
foto de la mujer, preguntándole a Alexander.
—¿Se le ha diagnosticado alguna enfermedad mental? —A lo que Alexander alegó que siempre había
sido una mujer callada, sumisa y muy de su hogar, la típica y perfecta ama de
casa.
—Puedo verlo en la foto, no parece una mujer
maltratada, golpeada o con algún típico trastorno psicológico. —Aparté la hoja
dejando ver las fotos de ambos occisos, el hombre tenía el tórax abierto y sin corazón, mientras que la del niño se notaba como
había sido degollado.
—Por Gea… esto no lo pudo haber hecho ella —expuse tan
asombrado al ver la crueldad con la que aquellas dos víctimas habían sido
asesinadas.
—Lo mismo pensé yo, Ibrahim, pero todo la culpa, sus manos estaban manchadas con la sangre de
ambos cuerpos, su ropa y el corazón del esposo se encontró en su estómago.
—¿Cómo?... ¿Es Hannibal Lecter o qué demonios? —El señor gobernador
y juez supremo del Heliea volvía a reír, alegado que eso me lo dejaba para que lo averiguara y
me pusiera en contacto con el nuevo fiscal para que viera las evidencias.
—Preferiría ir primero a presentarme con mi cliente, si no te importa.
—Como prefieras, Ibrahim, tú eres el experto… el caso es todo tuyo,
así que procede mejor te parezca. —Le agradecí la confianza, trancando el teléfono mientras tomaba al
fin la aspirina y el vaso de agua para ingerir la pastilla, levantándome de mi escritorio, tomando de nuevo mi portafolio, introduciendo el periódico dentro de éste, saliendo de la oficina.
—¿Pagaste mis tarjetas e hiciste la trasferencia?
—Alexia asintió, preguntándome si me
ordenaba el almuerzo.
—No, pienso ir a comer a casa de mis tíos —respondí abotonándome de nuevo el saco.
—¿Entonces puedo ir a almorzar con mi novio? —Me giré
para verla de arriba hacia abajo, preguntándome mentalmente.
“¿Y esta cosa tiene un
novio?”, imaginándome a
alguien como Terius junto a ella, aunque debía de admitir algo… hasta Terius
era mucho para esa chica.
—Aamm,
sí, sí… puedes… te quiero aquí a las dos. —Ella asintió mientras yo caminaba hacia el nexus de la firma de abogados, escuchando como Christopher, uno de los
abogados más pomposo del lugar, un chico de cabellos rubios cenizo y tez
bronceada, comenzaba a caminar hacia mí, siguiéndome con una amplia sonrisa.
—¿En
serio tomaras el caso de la “devora corazones”? —El chico reía ante su mal chiste, mientras yo seguía
caminando completamente serio,
saludando a unas cuantas jóvenes
hermosas de varios cubículos, maldiciendo mi suerte al tener el palo de escobas
con falda de la Alexia como secretaria.
—Todo está en su contra, Thomas, no hay nada que pueda salvar a esa loca.
—Suspiré al ver que el maldito arrogante aún me seguía, soltándole antes de cruzar a la derecha en
busca del nexus.
—Ahora me tiene a mí, eso sin duda es algo a su favor.
—Me perdí sin cruzar más
palabras con el odioso muchacho, bajando las escaleras para encontrarme con una
de las tantas puertas que servían como nexus únicos.
Aquellos denominados nexus únicos eran aquellos nexus que cumplían una única función, es decir, solo
trasportaban al mago a un mismo lugar, siempre. Tomé,
después de mostrarle mis credenciales al guardia, el nexus que decía: TPFW (Tennessee Prision for
Women) de Nashville.
Desaparecí, reapareciendo en una pequeña habitación en
la que, por supuesto, solo podíamos acceder los
abogados del Heliea y trabajadores gubernamentales del estado. Abrí la puerta
mostrando mi credencial nuevamente al guarda, el cual me dejaba salir, encaminándome hacia la oficina de la alcaldesa de la correccional, la señora “Vicki Freeman”.
—Buenas tardes, soy el abogado defensor de la señora
Agatha Lombrich, por favor dígale a la señora Freeman que necesito ver a mi
clienta.
La empleada de la correccional entraba después que yo
entregara mis documentos que me acreditaban como el abogado defensor,
escuchando como la joven vestida de policía me entregaba nuevamente mi carnet, quedándose con la demás documentación que
de seguro iría al expediente de la mujer.
Llamó a uno de los guardias para que me escoltara
hasta la sala donde se citaban los abogados con sus respectivos clientes.
Esperé allí unos diez minutos revisando mi teléfono,
observando que había un mensaje instantáneo de Albsev que decía:
“No tenías que
depositar nada en mi cuenta, tenía suficiente en la mía para hacer las compras,
pero gracias”.
Sonreí respondiéndole un
simple “De nada” escuchando que
abrían la puerta de la sala, observando a
la pálida y despeinada mujer que venía esposada como si fuese la peor de las
criminales.
—Quítele las esposas —le solté en un tono déspota al guardia, comenzando a buscar en mi maletín.
—Señor, es considerada una prisionera peligrosa. —A lo
que respondí alzando la voz por sobre la del guardia.
—Aquí el único peligroso cuando pierde el control soy
yo… —Enfoqué la mirada en la placa de su pecho, continuando mi alegato—…agente Robinson, así que
quítele las esposas a la señora.
El guardia frunció el ceño, mientras yo sacaba una carpeta amarilla, colocándola en la mesa, bajando nuevamente el maletín, esperando a que el hombre terminara.
La mujer se acercó a mí después de ser desposada,
sentándose enfrente sin dejar de mirarme a los ojos.
—Puede retirarse, agente Robinson, yo le llamaré cuando termine. —El
guardia me asintió saliendo sin quitar aquella cara de molestia ante mis
palabras, extendiéndole la
carpeta a la mujer que no dejaba de mirarme.
—Soy su abogado, señora Lombrich, mi nombre es Thomas Lestinger… —A lo
que ella soltó, interrumpiendo con
un tono de voz poco audible.
—Eres el hijo de Rómulo Lestinger… ¿Cierto?... el
chico noticia del año dos mil trece.
—Le asentí, sintiéndome algo
incómodo, y al mismo tiempo, importante.
—En efecto y vengo a… —Pero la mujer volvió a
interrumpirme, tratando de
acomodarse la maraña de cabello.
—¿Por qué un mago de su reputación quiere llevar mi
caso, joven? —Le miré extrañado, escuchando el timbre del celular que
indicaba un nuevo mensaje instantáneo.
—Fui asignado, señora Lombrich. —Ella sonrió con desgano, mientras
yo tomaba el teléfono para abrir el mensaje, que era de Albsev.
“Cuando puedas, llámame”
Dejé nuevamente el
teléfono en la mesa, mientras ella seguía tratando de peinar su cabello, abrí
de nuevo mi maletín sacando un pequeño peine,
extendiéndoselo a la mujer, la cual agradecía el gesto comenzando a peinarse.
—Es difícil para una mujer que siempre estuvo
perfectamente arreglada estar en estas fachas delante de un caballero tan
apuesto. —Apreté los labios
para no sonreírme, agradeciéndole el
piropo.
—Necesito que firme esos papeles, señora Lombrich, ya que…
—Llámeme Agatha, joven Lestinger. —Asentí nuevamente usando su nombre de pila,
pidiéndole que me llamara Thomas.
Ella tomó los documentos y los leyó detenidamente,
eran simple formalidades donde ella aceptaba mi representación como su abogado, y ella a su vez, debía cumplir con varias normas y requisitos para el
caso.
Firmó extendiéndome nuevamente el documento, mientras
yo le preguntaba a continuación.
—En su declaración usted alega ser inocente, ¿puedo
preguntar cómo entonces llegó el corazón de su marido a su estómago? —Colocó el rostro sombrío respondiendo a mi
pregunta.
—Mi esposo me ha enseñado el poder de la magia,
Thomas… pero no sé decir a ciencia cierta cómo llegó eso a mi sistema
digestivo, es algo que sin duda me preocupa mucho y no me deja dormir.
La observé como estudiándola, y sin duda alguna alguien con su perfil no podía
llegar a tanta crueldad, aunque Lucian siempre decía: “Caras vemos, corazones no sabemos”, así que simplemente me quedaba hacerle las
respectivas preguntas donde sus respuestas me ayudarían a indagar sobre lo que
pudo haber sucedido.
~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~
Llegué a la casa de mis tíos a eso de las doce y
veinticinco del mediodía,
después de regresar a mi oficina y usar luego el nexus común hasta Woodhill.
—¡Pero mira qué hermoso estás! —soltó Azcassia, acariciando la solapa de mi traje como si no me
hubiese visto en varios meses, aunque si había pasado más de una semana sin ir
a la casa.
—Como siempre —respondí sonriéndole socarronamente, mientras ella me correspondía la sonrisa
mirándome de pie a cabeza.
—Sin duda todo un desperdicio de hombre. —Miré a mi
tía de soslayo, frunciendo el ceño.
—No comiences con lo mismo. —Ella sonrió nuevamente alegando que no
hablaría de aquello,
llevándome al gran comedor de la casa donde Lucian y Drake estaban esperando
por nosotros.
—¡Vaya!... hasta que se digna a aparecer el príncipe
de Inglaterra. —soltó Drake con
desdén, mientras tomaba mi puesto en la mesa, después de estrechar la mano de Lucian.
—Bueno, Drake, eso sucede cuando
uno es un hombre extremadamente ocupado como yo, si fuese un parásito como tú, de seguro llegaría a la
mesa puntual. —Drake me fulminó con la mirada llamándome cretino mientras yo
acomodaba la servilleta de tela sobre mis piernas, observando el enorme
plato de comida que me habían servido.
—Tú como siempre pretendes que yo me coma el almuerzo
y la cena todo en un solo plato, ¿no? —Azcassia sonreía acariciándome el brazo, alegando que podía comerme lo que mi
estómago resistiera.
—¿Cómo va el nuevo caso? —preguntó Lucian, haciéndome voltear a verle con el rostro molesto.
—¡Caramba!... Alexander sí que te tiene al día con mis
asuntos laborales.
—Pues sabes muy bien porque. —respondió mi tío, picando su pieza de carne, comenzando a comer.
—Pues sí, es un caso bastante difícil, nadie lo quería
y decidí tomarlo.
Lucian asintió, alegando que sin duda Alexander me tenía mucha fe y que no se había equivocado
en escoger para mí aquella carrera.
—Buen, bueno… no quiero que hablemos de trabajo en la
mesa
—soltó tía Azcassia, preguntándome a continuación—. ¿Cómo está Albsev? —Al decir aquello, recordé que el chico me había
pedido que le llamara.
—Aammm… bien, bien… —Me levanté de la mesa pidiendo
permiso, sacando el celular,
marcando el número del muchacho, mientras observaba como Azcassia me miraba
seria y Lucian se aclaraba la garganta como buscando su atención, de seguro
para que no me fuese a decirme nada. El teléfono repicó dos veces y a la
tercera el chico tomaba la llamada.
—Menos mal que no era un caso de vida o muerte, o estaría ya en una urna.
—Lo siento, mi día no ha sido del todo agradable, Albsev, y sabes que comenzar un nuevo caso es difícil. —Él
alegó que entendía y que simplemente deseaba preguntarme si almorzaría en la
oficina o en la casa.
—Pues,
tía Azcassia me invitó a almorzar, Al. En verdad no pensé que tuvieras algo planeado para el almuerzo de
hoy. —Albsev explicaba que no era así, y que simplemente deseaba saber donde
almorzaría, ya que quería disfrutar
de mí antes de que comenzaran los entrenamientos de la liga de béisbol del
condado.
—Perfecto… nos vemos en la cena, ya que no creo llegar
a casa hasta las ocho de la noche más o menos. —Albsev asintió trancando la
llamada después de despedirse con su respectivo "te
amo", el cual yo respondía con un “IDEM”.
Volví a la mesa disculpándome con mis tíos, terminando mi almuerzo ya que necesitaba
ir de nuevo a la oficina para tener que enfrentarme con el nuevo fiscal.
Ante
los ojos de Albsev
—Listo —le solté a Orión después de trancar la llamada—. No vendrá hasta las ocho de la noche, así que tenemos toda la tarde para ir al
C.A.M.A.
Orión estaba encantado de ir por primera vez a ver a
Emma al refugio y nuevo centro de adopción de Tennessee, tomando todas las
cosas que llevaríamos, saliendo de la casa y cerrando con protección mágica, ya que Astaroth se había ido al colegio
Baylor a impartir sus clases.
Tomamos el nexus de la casa, la estatua de la mujer desnuda que se encontraba en la
entrada, apareciendo muy cerca del Centro de Atención al Mago Adolecente, comenzando a caminar hacia aquel lugar, observando como Orión trataba que los globos que se
encontraban atados al enorme panda de peluche que llevaba, y el cual había
adquirido en el centro comercial, no se le desataran o se los llevara el
viento.
Llegamos y saludé a los del centro de adopción, ya que estos me conocían gracias a mi
padre. Pasamos por la cocina para dejar unas bolsas de alimentos como donativos,
y de allí fuimos al ala de
niños pequeños.
Comenzamos a caminar por el pasillo, observando que en uno de los salones se
encontraba Emma dibujando.
—Es ella —le solté a Orión,
que seguía maniatado con el panda y los globos, señalándole a una hermosa
pequeña de cabellos rubios
con un par de coletas a cada lado y media cabellera suelta.
—Gea bendita, es una princesita. —Le asentí
sonriéndole después de tocar la puerta, saludando a la docente y luego a la niña que en
seguida se enfocaba en Orión.
—Hola —saludé a la chica que nos abría la puerta, disculpándome por la hora, alegando que era la única en la que el tío
de la niña podía verla.
—Bueno, la dejaré salir, pero ya saben que no pueden decirle que eres su tío, ¿entienden?...
eso la confundiría, el pensar que tiene familia y que aún así debe estar en un lugar de niños sin
padres es sin duda muy difícil de asimilar.
Ambos le asentíamos, mientras la chica llamaba a la
pequeña, observando como Orión le miraba el trasero a la joven.
Le di un zape, escuchando sus
quejas, preguntándome el porqué de aquel golpe.
—Respétala, cretino, ¿no puedes ver a una mujer que no te vayas de narices? —Orión
preguntaba que si estaba celoso, a
lo que yo pretendía responder cuando ambos mirábamos hacia abajo al escuchar una dulce, pero decidida, voz que nos decía.
—¿Ese panda es para mí? —Malswen asentía, agachándose para estar a su altura, entregándole el peluche, observando como ella
le arrancaba los globos,
devolviéndoselos, mientras soltaba en un tono déspota,
aunque en ella era realmente adorable.
—Ten, no me gustan los globos. —Apreté los labios para
no reírme, viendo como la
mandíbula de Orión caía casi al suelo, mientras ella le preguntaba.
—¿Es niño o niña?
—¿Quién? ¿Yo? —preguntó Orión, haciéndome morir de las risas mientras la niña
le respondía.
—Tú no,
tonto, el panda. —Tapé mi cara, la cual estaba roja de tanto aguantar las
carcajadas que se me acumulaban en la garganta, mientras Orión se levantaba para susurrarme entre
dientes.
—Sin duda el maldito no puede negar que es su hija,
tan tierna como él. —Asentí alegando que sin duda se parecía bastante a Thomas
en ese carácter tan endemoniado.
—Dime pues tú, peludo… ¿Es niño o niña? —Volteé la cara para que Emma no me viera
reír, observando cómo Orión se pasaba la mano por el cabello que lo tenía ya
largo y desgreñado.
—¿Peludo?... ¿Tú no respetas, niña? —Le asesté un manotazo a Orión, respondiéndole a la pequeña.
—Es niño, hermosa. —Le expliqué entre dientes a Orión que la niña sentía
aversión a las personas de su mismo género, y que si decía que el panda era hembra, se lo arrojaría en la cabeza.
Salimos del salón de clases con la pequeña para
pasearla por los jardines del recinto, donde Orión comenzó a regalar los globos a varios
pequeños que jugaban encantados con aquel inesperado obsequio.
Nos sentamos a conversar con la pequeña, donde a cada
tanto yo no paraba de reír con las cosas que le soltaba a Orión haciéndolo
rabiar, parecían dos niños peleándose por tener la razón, escuchando como la pequeña me soltaba a
continuación.
—¿Tu papá está molesto contigo, Albsev? —Negué con la cabeza,
preguntándole el porqué de aquella interrogante, observando como la niña
señalaba a mis espaldas,
explicando sin dejar de señalar con el dedo índice.
—Porque te está viendo con cara de que sacará la
correa y te dará una tunda.
Orión y yo nos mirábamos las caras y luego volteábamos
al unísono, observando a mi
padre mirarnos con cara de pocos amigos.
—Maldición, Al, nos cayó la policía —soltó
Orión mientras yo tapaba mi cara sin deseos de voltear a verlo de nuevo, escuchándole decir a mis espaldas.
—Buenas tardes, jóvenes. —Saludó mi padre en un tono divertido, levantándome para enfrentarlo.
—Ya te dije que no voy a desistir… —Pero él me hacía
callar después de saludara a Orión, alegando entre dientes.
—Ustedes dos a mi oficina en cinco minutos, dejen a la
niña en su respectivo salón. —Mi padre se retiraba después de despedirse de
Emma, soltándole a la niña que el panda que le
habíamos obsequiado era realmente hermoso, ya que la pequeña se lo había mostrado con una amplia
sonrisa.
Le pedí a Emma que acompañara a Orión de vuelta al
salón, mientras me encargaba de llevar el peluche
al ala de los dormitorios para dejarlo en la habitación compartida donde la
niña tenía sus cosas, para enfrentarnos a la posible retahíla de reproches que
nos tendría mi padre en la oficina que ocupaba en el centro de ayuda.
Ante
los ojos de Thomas
Eran ya las dos de la tarde cuando volvía a mi
despacho donde la tonta de la Alexia aún no había llegado, dejé mi maletín en
la oficina saliendo de nuevo hacia el departamento fiscal del Heliea, que se
encontraba en la tercera planta.
El teléfono sonaba sacándolo rápidamente del bolsillo, observando que era número desconocido,
respondiendo secamente.
—Thomas Lestinger, buenas tardes. —Una voz femenina
que no reconocí al momento me soltaba del otro lado.
—Buenas tardes, Thomas, aún me debes una entrevistas, y ya que te graduaste y no me avisaste, pues espero poder cobrarme aquella promesa
de dejarte entrevistar ahora que llevas un caso tan importante. —Comencé a caminar un poco más lento al darme
cuenta de quien se trataba.
—¡Vaya!... esto sí es una sorpresa, sobre todo porque
no sé cómo te has enterado tan rápido de que soy yo quien lleva el caso —le respondí a Gretta Skitter, la nueva dueña
del “Chattanooga Time Free Press”.
—Así soy, querido, siempre obtengo lo que quiero. —sonreí mientras entraba al ascensor respondiéndole, con una amplia sonrisa.
—Ya veo, incluso, has averiguado mi número.
—Así es… y espero una entrevista cuando ganes el caso.
—A lo que respondí, saliendo del
ascensor.
—¿Te parece bien en St. John´s
Restaurant?
—Perfecto… cuando ganes el caso te llamo, hasta pronto, Thomas. —Ella trancaba la llamada,
guardando el número telefónico de la rubia en mi agenda de contactos sin dejar
de caminar hacia la oficina del fiscal sin ningún deseo de llegar al lugar.
Toqué la puerta escuchado aquella voz que me hacía
rodar los ojos ante el deseo de no tener que entrar en aquella oficina.
—Pase. —Abrí la puerta soltándole tan rápido como se
me hacía posible.
—Seré claro, corto y preciso, necesito que me des esta
información lo más pronto posible. —Arrojé una carpeta amarilla en el escritorio del hombre que comenzaba a
mostrar una amplia sonrisa en su rostro.
—Este día no podía ser mejor —alegó Terius, aún sonriendo como idiota, mientras se levantaba de su silla tomando la carpeta
en sus manos.
—No estoy de humor, Terius, así que en lo que puedas envíalo a la segunda
planta con mi nombre y de allí me lo harán llegar. —A lo que respondió
entretenido.
—¡Oh,
no!... yo mismo te lo llevaré personalmente. —Le volteé los ojos de mala gana, comenzando a caminar hacia la puerta, escuchando lo que el cretino soltaba a
continuación.
—Mmm… ¿Hugo Boss? —Volteé a verlo nuevamente abriendo la puerta,
observando como el hombre olía la carpeta que le había entregado.
—No, imbécil, es “One
Million”. —El muy desgraciado volvió a aspirar la colonia que
había dejado impregnada en la carpeta, cerrando los ojos poniendo cara de
ensueño.
—Mmm… gracias, la compraré solo para echarla sobre mi
cama y tener sueños eróticos contigo. —Abrí grande la boca, sin poder creer que en serio
Terius, un ser sin tan siquiera un poco de gracia, fuese el amo y señor del
descaro.
—Eso es muy profesional de tu parte, ¿no?... coquetearle al abogado defensor…
quiero eso más tardar a las cuatro, Townsend. —A lo que el primo/hermano de Albsev me respondía, cambiando
aquel tono meloso por uno completamente serio y acentuado.
—¿Quieres mi profesionalismo, Thomas?... Pues lo tendrás para mañana a las diez de la mañana…
Que tengas buenas tardes.
Apreté con fuerza el picaporte de la puerta,
observando como el hombre se sentaba nuevamente, enfocándose en sus documentos, dejando a un lado mi carpeta como si fuese
cualquier cosa, haciéndome salir de aquella oficina hecho un mar de rabia,
aunque debía de admitirlo; yo me lo había buscado.
~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~
Llegué a la casa a eso de las siete de la noche, ya que no tenía mucho que hacer sin las
pruebas que poseía la fiscalía.
Estacioné el auto y entré a la casa después de saludar a Gerif, la mascota de Albsev, que se encontraba en uno de los árboles de
la residencia tratando de tragarse un enorme roedor.
Para mi sorpresa había visitas, deteniéndome en la
puerta para luego reaccionar rápidamente, soltándole a Henrik.
—¡Madre mía!... ¿ahora que hicimos que el señor decano
está en mi casa? —Albsev reprendió aquel sarcasmo mientras Henrik sonreía,
levantándose del mueble para estrechar mi mano justo al acercarme.
—Solo pasé un rato ya que me conseguí a Albsev en el
C.A.M.A. y lo traje de vuelta a casa. —Fruncí el ceño volteando a ver a Albsev, el cual rodaba los ojos comenzando a
comerse las uñas.
—¿Puedo saber que hacías allí, Albsev? —A lo que Henrik era quien
respondía.
—Fue a llevar suministros y a hacer su labor social
como siempre, Thomas. —Miré a Albsev y luego a Henrik, al cual le
sonrió tratando de verme inmutable.
—Entiendo… ¡Por cierto!... Gracias por el suéter… es muy… Mmm…
¿Townsend? —El padre de Albsev apretaba los labios, alegando que él sabía que jamás lo usaría y que solo
quería ser cortés.
—¡Oh no, no!... prometo solemnemente que lo usaré en
la próxima Navidad. —Le prometí a Henrik, colocando las manos como se hacía en el juzgado para
realizar el juramento.
—Eso se llama perjurio, señor abogado gubernamental. —Solté una carcajada palmeándole la espalda a
Henrik, soltándole a sabiendas de lo que aquello ruborizaría a Albsev y haría
fruncir el ceño a Henrik.
—Mi suegro sin duda tiene sentido del humor. —En
efecto, al escuchar la palabra “suegro”
Albsev bajaba la cara completamente apenado, mientras que Henrik fruncía el ceño alegando que
debía retirarse ya que era tarde.
—Pensé que nos acompañaría a cenar. —El hombre negó
con la cabeza, explicándonos que
su esposa lo mataría si la dejaba cenando sola.
Le asentí acompañándolo hacia la puerta para
despedirme de él, observando como
Albsev se nos unía, retirándome para que padre e hijo se despidieran a gusto.
Subí las escaleras, tomé una ducha rápida y me coloqué
unos pantalones de pretina elástica de tela de algodón negros y una camiseta
blanca junto a mis pantuflas. Bajé
las escaleras, adentrándome en el
comedor donde solo estaba Albsev.
—¿Dónde están Astaroth y Orión?
—Astaroth se quedará en el colegio y Orión se fue para
donde sus abuelos y su padre.
—¿Entonces esto es una cena romántica? —Él me asintió
tomándome de la mano mientras yo veía la mesa que Whinish se había preparado.
—Mmm… ¿me vas a pedir algo cierto? —Albsev abría la
boca en un gesto de indignación, explicándome que simplemente deseaba un
momento romántico conmigo.
En toda la noche estuvo pensativo, nervioso y cada
tanto pareciera que iba a soltar algo y terminaba, él mismo, cambiando la conversación.
Terminamos la cena, agradeciéndole el gesto, comenzando a subir las escaleras en busca
de mi periódico que no había logrado ver en todo el día, tirándome en la cama completamente
exhausto.
Leí lo de mi caso, percatándome que la prensa simplemente
especulaba sobre lo que había sucedido, dándome aún más tranquilidad acerca de
la privacidad de mi clienta, recordando lo que la mujer me había pedido antes
de irme.
—Joven, si no es
mucha molestia para usted, ¿podría conseguirme varias cosas de uso personal?...
Ya sabe, lo esencial para una mujer, y si no es mucho insultar sus creencias, me encantaría alguna imagen de la santísima Virgen María.
—Yo le asentí prometiéndole que enviaría a mi asistente a llevarle todo aquello
apenas lo tuviera, retirándome de la sala de visitas legales.
Seguí hojeando el periódico, encontrándome con un apellido que ya había leído en
varias ocasiones, no solo el año pasado en la prensa, sino a lo largo de mi vida, ya que ese era uno de los
más fehacientes anhelos de mi tío Lucian, el de acabar con “aquella
plaga”, como él les llamaba
al feudo de Londres.
“Capturada Regina Fuerst, prima del vampiro más
buscado, Albert Fuerst, mejor conocido como “el Agitador”, quien es señalada como cómplice del vampiro
prófugo en actos de crueldad contra humanos y de crear el caos en Europa y
Latinoamérica”.
Arrojé el periódico a un lado sin darle la más mínima
importancia, aunque Lucian había
dicho algo al respecto
en el almuerzo sobre eso, pero a mí los vampiros me valían un completo rábano.
Albsev entró al fin a la habitación pidiéndome que
esperara a que se aseara rápidamente y que estaría de vuelta en un santiamén.
Uno que al parecer duró más de lo debido, o simplemente yo estaba tan cansado que me dormí antes
de que el joven volviera a la cama, sin saber más de mí hasta la mañana siguiente, escuchando como Albsev
me deseaba buenas noches a la distancia, casi uniéndose aquellas palabras junto
a mi inconsciencia, comenzando a soñar cosas completamente incoherentes.
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